a saben aquello de Chesterton de que «el periodismo consiste esencialmente en decir Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jone estaba vivo». El periodismo consiste en decirle a la gente que el PP tenía un presidente de honor... que ha dimitido. Por carta.

Aznar lleva mucho tiempo pegando azanaridos de rabia que hacen temblar las paredes de FAES, una fundación que se ha desligado también de los populares, no así de las subvenciones y que ahora lanza biografías como la de Gil Robles o, próximamente, de Lerroux. Qué bueno sería por cierto saber qué opinaría de todo esto, de todo, aquel Lerroux que daba mítines nutridísimos en las Ramblas de Barcelona zahiriendo a todo Dios.

Aznar ha llegado a ese punto en el que un hombre no puede contener su ira haciendo abdominales. No le gusta como se ha llevado el problema catalán (que, básicamente, no se ha llevado de ninguna manera), no le gusta el relato que algunos quieren imponer ahora sobre ETA, relato que repugna a cualquier persona de bien, a cualquier demócrata. Demócrata que bien haría en leer Patria de Fernando Aramburu. Aznar no quiere ir al congreso del PP, que será en enero. No quiere darle la mano a Rajoy ni que nadie le regatee un aplauso. El hombre que llevó por vez primera a los populares al poder puede pasar a la historia por, básicamente, pensar un día que Rato sería un buen presidente y legarnos/largarnos a Rajoy.

Su época fue de prosperidad económica, algo que hasta los suyos ahora son renuentes a reconocerle. Más dados son a apuntar malevolamente que su política y leyes sobre el suelo son el embrión de la burbuja, de la bicha, que se llevó por delante un país poco después. No sabemos si en estas horas difíciles, Bush y Blair lo llamarán para darle ánimos o lo invitarán a un rancho o le mandarán unas botas de vaquero para que pise los estatutos de su antiguo partido. Aznar es un abuelo explicándole a sus nietos su versión de la historia y que lo de las Azores fue un buen anticiclón. Oía uno a Fernández Maíllo, dirigente del PP en la Ser, esquivando preguntas sobre Aznar, tratando el asunto con desdencillo. Los expresidentes de España están más activos que nunca aunque con afanes distintos. Aznar escribe cartas de desamor en los tiempos del whatsapp. Y Rajoy se queda impávido, impasible, pétreo. Virtudes que tanto le gustaron de él otrora al del bigote.