Quien te mete la puya no siempre beneficia a su banco sino a su superior o a sí mismo. Ahí radica parte de la explicación del abuso sostenido y no enmendado por la banca desde hace algo más de una década. También parte de la explicación de la deuda acumulada durante la pasada burbuja inmobiliaria. Quienes concedían hipotecas sobrevaloradas a personas que no podrían afrontarlas, lo hacían incentivados por la prima que cobrarían al presentar un número de hipotecas otorgadas. «Y que el banco reviente luego con la morosidad y al tener que devolver el crédito interbancario€ Que no reventará porque el argumento de su dimensión sistémica para la economía del país justificará su rescate». Así fue y así me lo dijo un exdirector de banco cuyo nombre me guardo, por ahora.

Y así fue en el caso de quienes engañaron a ancianos que no entendían qué eran las preferentes o hicieron firmar a algún cliente analfabeto, incluso ciego, lo que ellos les leyeron; o en el de quienes ordenaban y aún ordenan cobrarle 10 o 12 euros de comisión a una anciana con una pensión de viudedad que roza los 500 euros. Cosas todas ellas de nuestros días de todo vale para enriquecer a unos cuantos, aún en el sinsentido de que la actividad de ésos que se enriquecen no aporta nada a la sociedad en su conjunto, cada vez más fracturada en el equilibrio del reparto. Y así fue en el caso de quienes despidieron, haciendo méritos frente a su recién nombrado superior inmediato, a trabajadores de referencia con el valor añadido de su experiencia que se sentían parte de un proyecto común, sólo para apuntarse el tanto de la rebaja del coste y contratar a otros sin ella en condiciones económicas tan a la baja (o sin coberturas sociales como falsos autónomos), que sin sentirse partícipes de la empresa la putean junto a su situación laboral en cualquier conversación privada, acostumbrados ya a la doble cara para sobrevivir «hasta que salga otra cosa cuando esto mejore». O hasta que la empresa «reviente», como me decía aquel director de banco.

Parte de la sociedad anda descreída, quemada, desnortada, impávida... Pero hay una parte que se moviliza a través de plataformas y planta cara a todo esto que pretende instalarse en el imaginario colectivo como lo normal. Desde hace algo más de un año he sido informado por la plataforma Youbank, por ejemplo, acerca de cómo iban las reclamaciones judiciales respecto a ese abuso bancario llamado cláusula suelo. Lo último fue la sentencia contra el suelo de una juez de Málaga, Doña Amanda Cohen (basándose en el denominado «control de incorporación»), que ya hacía pensar en su auto del 1 de diciembre que Europa no se iba a andar por las ramas en entrarle al suelo de los bancos españoles, a favor de los hipotecados, en el asunto de la retroactividad a la hora de devolver todo lo cobrado abusivamente. Y así lo ha hecho el Tribunal de Justicia Europeo, sobre cuya resolución última al respecto no cabe recurso.

Pero, al margen de la documentación y la literatura legal, hay un par de preguntas de sentido común y de Justicia:

¿Por qué cuando el banco se beneficia de la bajada del coste del dinero, el hipotecado -en el peor momento económico de su vida en miles de casos- no? ¿Y por qué el abogado del Estado ha defendido indirectamente a los bancos al pedir que se cumpla la sentencia del Supremo que limitaba a 2013 el pago del abuso, en vez de a quienes han padecido y padecen el abuso?

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