Antes de empezar mi crónica semanal y ya de verdad metidos en el invierno, permítanme que les felicite en las fiestas que se avecinan y que les desee toda la paz que seamos capaces de digerir. Ya saben que a los mayores como yo, aunque nos abrumen los ruidos, somos muy felices rodeados de nuestros pequeños. Y digo pequeños no por sus tamaños ¡madre mía! sino por sus pocos años. Repito: Un fuerte abrazo para todos, de mi parte y de los que casi viven entre estas cuatro paredes.

Mientras escribo estas pocas líneas oigo, a lo lejos, las voces de los niños de San Ildefonso cantar los números de las bolas de la Lotería Nacional. Espero que en algo les haya beneficiado a mis lectores. Les aseguro que en mi casa se compra, pero yo les afirmo de todo corazón que soy como la Piquer: «Que no me quiero enterar, no me lo cuentes vecina». Lo que les aseguro es que si les hubiera tocado a alguno de los míos se oiría más ruido que el que hay en este momento en la casa. Silencio absoluto.

Bueno, como las alegrías nunca vienen solas, acabo de recibir una felicitación navideña de uno de los Los cuatro de la Nasa. Les deseo toda clase de triunfos en sus empeños.

Nunca los podré olvidar y no fue mérito mío. Tuve la tremenda suerte de aglutinar, en aquella pequeña biblioteca un grupo de chicas y de chicos que esperaban una pequeña oportunidad de sacar afuera toda la bondad que poseían. Va por ellos.

Por último, y no menos importante, les deseo mucha paciencia. Las reuniones familiares que se realizan en estas fechas están necesitadas de ella. Así que ¡qué sean felices y pacientes!