El día en que la madre naturaleza hizo reparto de destrezas entre los individuos del género humano, al llegar mi turno las aptitudes para el baile y los deportes de balón se habían agotado, como bien saben algunos amigos que sonríen malévolamente mientras leen estas líneas. Imagino que para compensar se me asignó una cierta habilidad para el dibujo, la cual se ha revelado como una inesperada y extremadamente eficaz herramienta para entretener a los más pequeños cuando la ocasión lo requiere. Una de esas oportunidades se presentó hace bien poco, entre los alumnos de un centro escolar. Ante una concurrencia entusiasta fueron surgiendo del papel dinosaurios, coches, aviones, gatos, medusas, bicicletas y muchos otros motivos variopintos, atendiendo las peticiones sucesivas de los asistentes. Todo trascurría con fluidez hasta que una de las peques -le calculo unos seis añitos- lanzó su requerimiento con decisión y una sonrisa que desarmaba: «No quiero nada de eso. Yo quiero un dibujo de niña». Arrea. ¿Qué es un dibujo de niña? Superado el desconcierto inicial pedí un poco más de concreción a la interesada, la cual no pudo precisar más; aunque siempre dejando claro que ella sabía a la perfección la frontera exacta entre el tipo de dibujo que presuntamente corresponde a cada sexo y no se iba a conformar con cualquier cosa. Tras desestimar varias sugerencias (estrellas, veleros, diversas especies animales) finalmente aceptó una casa como «dibujo de niña». Como hemos hecho buenas migas, me he animado a escribir una carta a los Reyes Magos a nombre de mi nueva y joven amiga. Les he pedido para ella un juego de construcciones, un telescopio y un mapamundi. Juguetes de niña.