El gorjeo de la lotería a través de la radio me despertaba en casa. Quienes fuimos niños entonces nos levantábamos con el eco de los niños de San Ildefonso el primer día de vacaciones. Ya no ocurre así, según pude comprobar cuando dejé ayer a mi niño de 6 años en el colegio. Lástima, porque me hubiera gustado llevarle en unas vacaciones hechas sólo para los niños (como adulto ya sin padres cuesta a veces soportarlas) a ver el concierto de ese niñerío de escolanías y voces blancas que se reunieron ayer en la plaza Jerónimo Cuervo, delante de la puerta del Teatro Cervantes, en su Málaga. Pero ayer tenía hasta un último examen de Lengua…

Anís dulce | Desayunando nos invitaron a un chupito de anís. No recordaba cuánto hacía que no lo probaba. Brindamos cuatro amigos y al tragar se me llenaron los ojos de lágrimas, aunque sin llegar al llanto. La evocación de un olor, de una música, de un sabor (la magdalena de Proust) te pueden noquear en una fracción de segundo. Me volví niño y sentí la cálida presencia de mi padre vertiendo una botella de anís en un tarro grande de cristal relleno de uvas. Lo hacía cada año y lo guardaba en el mueble bar del salón. Las uvas maceradas en ese alcohol azucarado se iban volviendo oscuras con los meses. Y cada Navidad se repetía el ritual, el de rellenar un nuevo tarro y el de sacar algunas uvas borrachas con la cuchara y masticarlas. Mi hermano y yo, tan niños, no nos las tragábamos, pero llegábamos a probar una y la reventábamos con los dientes en la boca antes de escupirlas en la mano. Aquel sabor me estaba aguardando para traerme vivo de nuevo a mi padre. El anís precipitándose a través de la garganta se dirigió tanto a mi estómago como a mi infancia…

Voces blancas | Publicar un artículo en Nochebuena es raro. No parece que tenga mucho sentido hablar de la dimisión de Juande Ramos, del terrorista de Berlín muerto a tiros por la policía italiana en Milán (qué miedo da el completo absurdo del terror y de toda violencia irreparable), de los llamados «maceteros antiterrorismo» que se están colocando como parapeto ante posibles barbaries como las de los camiones convertidos en monstruos sangrientos en Niza y Berlín, o de la ganadora de Gran Hermano 17. A propósito, muy normal no es que no poca gente en este país se haya tragado 17 ediciones de un programa como ése. A lo mejor son sólo generaciones de adolescentes educados en nuestro consumismo, más «imparable» que los sucesivos lemas de la Junta de Andalucía durante años. Ayer se daba la curiosa paradoja de que cientos de niños cantaban a la Navidad en la puerta de un teatro y decenas de adolescentes (casi todos eran chicas) hacían cola desde la malagueña plaza de la Constitución hasta casi la embocadura de calle Larios para obtener un detallito promocional de una nueva tienda de cosméticos. Quizá parezca simplón que me lo plantee, pero qué pasa desde que están en la escolanía (o no) hasta que esperan en la cola por un barrita de maquillaje.

Rama y árbol | Qué me pasó a mí desde que mi padre echaba las uvas en anís y mi madre se acostaba a mi lado cuando yo tenía miedo por la noche, hasta que me fui de copas y ambos me parecían un estorbo para mi recién conquistada libertad. Cómo se les echa de menos estos días. Una y otra vez sientes un vacío en el costado, algo parecido a un dolor muscular. Y pierdes pie, como si sólo fueras la rama de un árbol en el aire. Aunque no sea verdad y la vida te haya ido colonizando como una yedra que saliendo de la tierra, cada vez más seca, ya hace tiempo que te soporta como raíz y tronco. Y así es como deben vernos quienes dependen de nosotros, como un árbol del que forman parte y que les hace sentirse seguros. Qué cadena ésta…

No a mi nombre | Otras cadenas son menos esenciales y tienen más que ver con nuestro tiempo. Como las de ser incluidos en grupos de Whatsapp y empezar a recibir imágenes y vídeos que te saturan la memoria del smartphone y se inmiscuyen en tu esfera personal. Estaría bien que, si ya no nos ponemos en la cola para que nos den maquillaje, contáramos hasta diez a la hora de reenviar el mensajito a los contactos. Estaría mejor que invirtiéramos en tiempo mínimo exigible para escribir el nombre de aquel a quien queremos felicitar, aunque copiemos el mismo texto para unos cuantos. En el rito, en esos detalles, está darle un poco de sentido a todo esto que, en frío, no lo tiene. En fechas que debieran ser familiares (por darles un sentido que no sea comprar y vender, al menos a las previas a la Nochevieja) no sé yo hasta qué punto también debes acostumbrarte a ese bombardeo de envíos indiscriminados sólo por estar en la agenda del móvil de alguien. Además, a veces todo es mucho más sencillo. Hoy, por ejemplo, se trata de recordar a quienes nos faltan con cariño, y desearles a quienes queremos una feliz Navidad. Que pasen una buena noche…

Porque hoy es sábado.