Estos días ando descubriendo algo bueno de los tópicos futboleros. Las frases hechas sirven para todo. En el reciente sorteo de la lotería «salí a empatar», es decir, que aceptaba que a mí no me tocase nada si a cambio tampoco les tocaba a mis amigos. Y en las cenas colectivas, otro clásico navideño, estoy siendo como Cristiano Ronaldo en los entrenamientos: el primero en llegar y el último en irse. Para que luego digan que no tengo ni constancia ni fuerza de voluntad.

De cliché en cliché, lo cierto es que cada vez es más difícil que en torno al fútbol algo sorprenda de veras. Se manejan y se soban los mismos conceptos durante décadas en un teatrillo que a todos conviene, y en el que todo el mundo, una vez repartidos los personajes, está o parece cómodo. Cuesta toparse con una idea nueva que supere lo establecido, sacuda el debate enquistado y remueva al menos nuestros principios. Que nos haga dudar, como mínimo, un poco.

A mí me pasó la otra semana. La conversación arrancó a propósito del libro que ha escrito Ángel Cappa junto a su hija María, También nos roban el fútbol (Akal, 2016), que habrá que leer porque, bueno, un tío que trabajó para Ramón Mendoza debe saber del tema bastante.

Nosotros comentábamos la jugada por Whatsapp y Galder Reguera explicó en un momento dado un viaje a Valladolid, donde participó años atrás en unas jornadas de reflexión futbolera. Al día siguiente de su intervención se acercó a escuchar una ponencia matutina.

Dos entrenadores compartían cartel: Juanma Lillo y el mentado Ángel Cappa. Ahí Cappa contó la suya, la de siempre. Básicamente, que el fútbol es capitalista y de derechas porque solo importa el resultado. Nada que no tengamos asumido en la dicotomía de jugar bien o mal, feo o bonito, los de aquí o los del otro lado. Pero Galder le comentó algo que le dio la vuelta y que a mí me dejó pensando: que el verdadero fútbol de izquierdas es el de supervivencia, no el que pregonan los estetas, que es precisamente la fascinación por el juego la que introduce al fútbol en la lógica del espectáculo, porque ya no eres de tu equipo juegue bien o mal, eres del equipo que juega muy bien, y eso convierte el fútbol en mercancía y al hincha en algo muy lejano a su origen.

Dijo Galder, y yo juraría que me convenció, que el espectáculo es por definición algo digno de ver, y esa nueva audiencia que convocas en nombre del espectáculo sube el precio a base de pura oferta y demanda, en un marco mercantil que nada tiene que ver con el rasgo identitario y original del club, sea cual sea el club, y que es el discurso estético el generador del verdadero negocio, mucho más que la apología del resultado. El aficionado no es ahí aficionado sino un cliente al que conquistar, entre otros modos, jugando bonito. Porque el capitalista que dice Cappa lo que quiere en el fondo es ganar dinero, no títulos. Y títulos solo ganan uno o dos o tres, y dinero ganan [casi] todos.

Recordé entonces una frase de Alejandro Oliva: «El eterno debate entre fútbol-espectáculo y fútbol-vida. Entre espectáculo y vida. En plena sociedad del espectáculo. Cómo van a entendernos». Cómo. Que igual no nos roban el fútbol. A lo mejor lo regalamos.