El terror navideño es un género disolvente, muy documentado en cine y literatura. Isis lo repercute deseando unas sangrientas Navidades a los países europeos, con la primera etapa en el camión de Berlín y la segunda en el tiroteo de Milán. Por cierto, esta organización prohíbe las camisetas del Barça, debido a la cruz que figura en el diseño de su escudo. La normalización del terrorismo cursa con errores de habituación. La clásica reivindicación de los atentados se remonta al siglo XIX, pero carece de sentido cuando la semilla asesina ha sido sembrada en las redes sociales. Daesh no necesita atribuirse las acciones criminales una vez materializadas, porque las apadrina antes de que se cometan.

Isis ordena a todos los musulmanes asentados en Europa que tiroteen, acuchillen, dinamiten o atropellen con vehículos de motor a tantos infieles como caigan bajo su radio de acción. En cuanto se produce una de estas tragedias siguiendo sus consignas, el atentado queda dentro de la esfera del Estado Islámico. A propósito, en las clases de matemáticas de los territorios que controla se ha prohibido el signo «+», por su identificación con una cruz. Las sumas tienen que escribirse «tres más dos, si Alá lo quiere, es igual a cinco». Engorroso, pero seguramente más exacto. Nada escapa a la acción divina.

Otro error común en esta fase de adaptación consiste en identificar a los terroristas con los delincuentes habituales, que perpetran el crimen y pretenden huir desapercibidos. Los asesinos que actúan en nombre de Isis se muestran orgullosos de sus acciones, y desean que quede constancia de su autoría. A cada atentado, se repiten los chistes de humor negro sobre yihadistas torpes que pierden su documentación en el lugar de los hechos. En la mayoría de ocasiones, dejan deliberadamente sus datos. Así ocurrió con los hermanos Coulibaly en enero de 2015, al abandonar sus papeles de identidad en el vehículo que utilizaron para llegar a la redacción de Charlie Hebdo y culminar su matanza de periodistas.

La signatura de los atentados también se cumplió en la carnicería parisina de noviembre de 2015. Salah Abdeslam, el único superviviente detenido, se preocupó de colocar en el coche la documentación de su hermano inmolado Brahim. Disipaba de este modo las dudas sobre la autoría del atentado que ellos confunden con un martirio. La expresividad de los terroristas llegó a convertirse en un peligro para la subsistencia de la organización. De ahí que Isis suprimiera las numerosas cuentas de Twitter o Facebook donde los reclutas europeos relataban sus experiencias en los territorios de Irak y Siria controlados por las banderas negras. Al igual que sucede en la mayoría de dictaduras, la información se centraliza ahora a través de Al-Amak, equivalente en todo a un gabinete de prensa. La autoría de la matanza de Berlín se consideró creíble al ser difundida por este canal.

Isis califica a Al Qaeda de «organización pacifista», a pesar de los atentados de Nueva York, Madrid y Londres. La organización que hoy monopoliza el terror islámico descalifica a su predecesora por una disputa doctrinal, sobre la autorización a las mujeres para participar en los apuñalamientos de infieles. Genéticamente, el Estado Islámico surge de un afluente de la banda de Bin Laden en Irak, por gentileza de un George Bush a quien difícilmente superará Donald Trump. Sin embargo, Daesh ha desbancado a todos su competidores gracias al establecimiento de un aparato de propaganda que hubiera asombrado al comunismo del siglo XX.

Por ejemplo, los vídeos sangrientos de Isis son producciones cinematográficas perfectamente ensayadas. Se repiten las tomas hasta que se alcanza el efecto deseado por los responsables artísticos de la organización. Según los terroristas regresados a Occidente, los verdugos se dirigen al director de la grabación para preguntar si han quedado bien al degollar a un prisionero. El Estado Islámico cuida su imagen, pero no funciona como un club inglés con afiliados cuidadosamente vetados por los socios. Alemania señala que el tunecino Anis Amri, fallecido ayer en Milán durante un enfrentamiento a tiros con la policía italiana, estaba etiquetado como «amenaza potencial» junto a otros 549 residentes en el país germano. Estimando un potencial de activación conservador del diez por ciento, y quince muertos por atentado, puede calcularse el posible reguero de sangre. A falta de prevención, bienvenido sea el balance de víctimas.