Como nunca he entrado en ninguna de las llamadas redes sociales, salvo una vez en Twitter para enterarme de la anulación de un vuelo (y me salió rana), no puedo comentar siquiera lo que supone vivir en ese mundo de virtualidad extrema. Pero basta con leer los diarios para ponerse al día respecto del papel tiránico que esas redes están teniendo. Incluso en órdenes en principio tan alejados de la cháchara insustancial como es el de la política. No sé si los mensajes al teléfono móvil pueden considerarse una red social pero aquel famoso «pásalo» de las elecciones de 2004 cuando, tras el atentado fundamentalista en Madrid del 11M el ministro del Interior, el infumable Ángel Acebes, insistía en echarle la culpa a ETA, nos permitió comprobar por primera vez la eficacia de un medio de alerta instantáneo. Desde entonces se han multiplicado las convocatorias por SMS para hacer cualquier cosa pero se quedan cortas en términos de eficacia si las comparamos con el poder de los llamados tuits. Dos ejemplos de estos días ponen de manifiesto hasta qué punto hemos entregado nuestra alma a 140 caracteres. Y no a unos cualquiera, sino a esos que sus creadores por boca de Liam Well describieron como «una corta ráfaga de información intrascendente».

¿Intrascendente? En estos días ha circulado un tuit de Pablo Echenique, secretario de Organización de Podemos, dirigido al compañero díscolo: con la etiqueta #ÍñigoAsíNo le tiraba a Errejón de las orejas. Disparar al hasta ahora y aún hoy, aunque parece que por poco tiempo, segundo de a bordo de ese partido emergente de tanto éxito popular está siendo una constante con motivo del congreso de la formación que se avecina. El peligro que supone para cualquier número uno de un partido un número dos que muestra demasiada fuerza vale incluso para los grupos que se supone que quieren cambiar la praxis política. Pero lo llamativo del caso es que sea Twitter la plataforma elegida por Echenique para acabar con Errejón.

Aún sorprende más el uso que hace de esa misma red social nada menos que Donald Trump. Quien ya es, incluso antes de tomar posesión de su cargo, la persona de más poder del planeta podría utilizar el altavoz que quisiese para sus ideas. No existe medio de comunicación alguno que no suspire por unas declaraciones suyas. Pero Trump ha decidido usar los tuits como vía para ejercer de manera insólita la función de mandarín del universo. Su doctrina sobre las armas nucleares estratégicas, el proteccionismo que amenaza al libre comercio, las acciones antiterroristas, la inmigración ilegal o el pulso contra los chinos se sirve de los tuits como toda herramienta necesaria e incluso con semejante concisión ya ha dado un vuelco absoluto a lo que eran las directrices de sus antecesores. Le bastan 140 caracteres para soliviantar las conciencias. Nada define mejor el mundo de la comunicación en el que andamos presos.