La decadencia de Gran Hermano sería un feliz acontecimiento social, si no fuera porque ha generado ya alrededor una vasta familia de reality shows que aseguran la perpetuación del modelo, y, lo que es peor, ha trasplantado a la realidad un modo-gran-hermano-de-vida, en el que todas las miserias humanas se convierten en estilo gracias al efecto carismático y ejemplarizante de una pantalla (la que sea). Cuando la pantalla era el cine, había en ella una propuesta que a veces apestaba a moralina, pero a fin de cuentas trazaba una raya entre lo que sí y lo que no. Desde que la pantalla es un espejo de la vida misma sólo se copia ésta, y el desastre es evidente. Cabría pensar en un mal semejante al llamado «mal de las vacas locas», cuyo origen, como se sabe, está en alimentar animales con piensos fabricados con desechos de los propios animales. Los reality shows vienen a ser algo parecido.