Érase una vez un hostelero en una ciudad imaginaria que se asomó a la puerta de su exiguo local y sintió desazón al ver tanto suelo improductivo, cuya única utilidad era ser pisoteado por ciudadanos ociosos. Bien pudo entonces haber redactado este manifiesto:

1. El suelo es tuyo. Que ese terreno baldío fructifique, llénalo de mesas. Y no olvides que donde cabe una fila, caben dos.

2. El aire es tuyo. No te conformes con alfombrar el pavimento, cúbrelo con toldos y sombrillas. Hay que marcar el territorio, también el espacio tridimensional.

3. Consolida tus conquistas. Delimita bien el perímetro, no vaya a ser que algún peatón despistado se cuele entre tus mesas. Para ello coloca mamparas de plástico, verás qué bonito resultado; los invernaderos de El Ejido palidecerán al lado de tu terraza. Puede que, con el tiempo, la frontera te parezca frágil. Fortifícala con vallas y jardineras. Jalona las esquinas con obstáculos, como paneles con el menú. Así desviarás la ruta de los transeúntes osados más allá de tus posesiones.

4. Échate unas risas. Diviértete al contemplar la trayectoria errática de los paseantes al sortear los cachivaches que entorpecen su paso, a pesar de que la calle tiene un trazado rectilíneo. Lánzale un guiño cómplice al propietario del local de enfrente mientras veis aproximarse a dos familias con carritos de bebé en trayectoria de colisión.

5. Impasible el ademán. Puede que quede algún vecino recalcitrante en los pisos superiores que aún no haya huido a latitudes más tranquilas. Quizás insinúe que estás obligado a cumplir las ordenanzas, entonces quéjate amargamente y no te inquietes. La prosperidad de la Smartcity reside sobre tus hombros.