«Bertín Osborne es un machista, ya lo era su padre, pero claro, por lo general los andaluces son machistas». La autora de semejante vomito lapidario es la famosa experta en sociología y antropología, Carmen Lomana. Se lo escuché decir el otro día en Onda Cero y, como me sentí directamente insultado en mi condición de andaluz, le dije por Twitter que si por lo general los andaluces somos machistas entonces, por lo individual, ella era una ignorante. Para sorpresivo regocijo me contestó que era un machista al ofenderla por no compartir su opinión. Cágate lorito.

Recapitulemos, si la Lomana injuria a millones de hombres es una mujer súper libre, súper ossssea, y súper fantástica, pero si yo le recrimino su actuación entonces soy un machista. Desconozco si ese virtuoso altar desde el que Carmen escupe sus infundadas generalidades lo alcanzó tras ser asesora en un programa tan respetuoso con la fémina española como es Hombres y Mujeres y Viceversa; o quizás vio la luz en los flashes de la alfombra roja de la telebasura que frecuenta, o puede que el milagro ocurriera al ser pregonera de las fiestas patronales del muy noble y malagueño pueblo de Ojén (varones incluidos), pero lo cierto y verdad es que su irresponsabilidad mediática no conoce límites. Que en tiempos convulsos por un drama cotidiano y sangrante como es el maltrato y la violencia machista, una persona popular como Carmen Lomana emita ese injusto juicio de valor, es cuando menos lamentable por la repercusión del personaje y el inexplicable numero de crédulas receptoras de sus mensajes. Sinceramente, creo que la diva televisiva insultó a los, por lo general, buenos hombres de Andalucía, y manoseó y empañó la verdadera lucha de muchas mujeres por conseguir una efectiva igualdad de derechos y obligaciones.

Y es que ya está bien de vivir acobardados por la corriente populachera del tiro al tonto. Ya está bien. Dije hace tiempo que el hombre de hoy en día vive acojonado, acogotado, encorsetado bajo un ilusorio traje de feminismo malentendido, y hoy lo repito. Hemos confundido educación con servilismo, nobleza con aguante y señorío con timidez. A base de provocadoras búsquedas de audiencia y mezquinas diarreas verbales han convertido al hombre en el castrato del S.XXI, como si preferir la elegancia de Anne Igartiburu a la chabacanería de Cristina Pedroche fuera o fuese un delito misógino.

Una cosa es promover la igualdad desde el Estado de Derecho, defendiendo las posturas en pos de un entendimiento, argumentado con serenidad y conocimiento de causa, y lo que es más necesario, denunciando las taras que el sistema aún permite; pero otra bien distinta es subirse al carro vacuo y facilón del insulto al varón, del tentetieso sistemático y la amputación social de todo lo que suene o huela a masculino. Y con esto no le doy a Lomana la importancia que ella se da, porque cuando no es una lenguaraz es otra, pero sí pienso que alguien con cierta trascendencia pública debe cuidar sus manifestaciones toda vez que es esclava de sus palabras y, por tanto, tiene la obligación de pensar en quien las escucha y asimila. No todo vale.

El machista, el violento, el maltratador, no es un hombre, y merece ser encerrado en una jaula como el asqueroso animal que es. Por eso, afirmar alegremente que por lo general los andaluces somos machistas, es una descerebrada ocurrencia digna de Pichote. No entiendo cuál es la vara de medir de Lomana, o incluso su ardua vivencia o profundo estudio del asunto para emitir dicha fatua feminazi, pero de una cosa estoy completamente seguro, y es que en Andalucía las mujeres son tan fuertes y suyas que no se ponen falda para que, figuradamente hablando, no se le vean los cojones, y para enamorar a una mujer así no hay que ser el más macho de la manada, sino sólo un buen hombre. Ni más, ni menos.

Puede que la glamurosa tertuliana prefiera a su lado un obediente y callado pagafantas, no lo sé, un tonto a las tres que le dé la razón en todo, puede, o quizá un quijotesco mindundi que la adule hasta el éxtasis, pero eso no son hombres. Un hombre es aquél que sabe que es más hombre cuanto más auténtica es una mujer. En reconocerlo y respetarlo reside la verdadera naturaleza de la hombría. Los andaluces lo sabemos bien, nos lo enseñaron tres grandes mujeres: nuestras madres, nuestras esposas, y nuestras hijas.