Nunca lo que llamamos Occidente ha mostrado tanta cobarde hipocresía como en su tolerancia hacia la política israelí de asentamientos.

Con una obstinación digna de mejor causa continúa Israel ocupando tierras palestinas sin que a sus dirigentes parezca importarles lo más mínimo la opinión del mundo al respecto.

El último episodio ha sido la llamada a consultas por el Gobierno de Netanyahu de los embajadores de los países que votaron en el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que considera ilegales esas colonias.

Por primera vez, Estados Unidos, con un presidente a punto de abandonar la Casa Blanca, decidió abstenerse en lugar de vetarla como ha hecho otras veces.

Netanyahu no dudó en calificar la decisión de Washington de "golpe vergonzoso" a Israel, sin duda envalentonado por lo que parece que va a ser la posición, todavía más descaradamente pro-israelí, del próximo presidente de EEUU.

Lo único que podría temer Netanyahu sería que la condena de las colonias por parte de la ONU como "escandalosa violación del derecho internacional" allanase el camino para su la Corte Internacional de Justicia en La Haya.

Puede estar tranquilo el primer ministro israelí porque eso no ocurrirá: Israel seguirá robando tierras a los palestinos y convirtiendo en una especie de queso Emmental el territorio de Cisjordania sin que el mundo mueva un dedo.

¿Es que alguien confía todavía a estas alturas en que puedan llegar a coexistir pacíficamente un día dos Estados - el israelí y el palestino- en un territorio que la cada vez más poderosa extrema derecha israelí considera propio por designio divino?

En cualquier caso, la abstención de Estados Unidos en la condena de la ONU, una más, que tanto parece haber indignado al Gobierno israelí, no deja de ser un brindis al sol.

No nos engañemos: en los ocho años que lleva en la Casa Blanca, el demócrata Obama no ha hecho nada serio para conseguir frenar la construcción de colonias israelíes.

Hace cinco años su Gobierno vetó también en el Consejo de Seguridad una resolución similar y hace sólo unas semanas aprobó la entrega a Israel 38 millones de ayuda militar durante los próximos diez años sin poner condiciones.

¿Hay que extrañarse, pues, de que Netanyahu y su Gobierno hagan una y otra vez de su capa un sayo?

La última regañina pública de Washington, aunque parezcan haber escocido en Israel, son sólo - no nos engañemos- para la galería.