Ya llegaron los Reyes Magos. ¿Les han traído carbón o regalos? Seguro que algún presente les habrán dejado, porque, en general, hemos sido casi buenos el año pasado. Es más, podría asegurarles que yo he sido buenísima.

En mi casa ya nos hemos comido el roscón de Reyes, sí, porque a nuestras edades más vale prevenir que llorar. Afortunadamente, debo de haber sido muy buena porque jamás los casi reyes y casi magos me han dejado sin un pequeño obsequio.

Aún recuerdo como, en los días previos al seis de enero, mi hermano José Luis y yo fabricábamos un precioso regalo para mis padres. Jamás necesitamos dinero, no nos hacía falta, lo peor era que, a veces, usábamos como materia prima alguna prenda que aún usaban nuestros mayores. Yo les aseguro que nuestra intención siempre fue buena. Buenísima. Aunque los mayores no lo comprendieran. No hace muchas semanas mis nietos Salvador, Fran y Javier, mientras cenábamos, me preguntaron si las costumbres de los chicos y chicas de sus edades se parecían mucho a las de los muchachos y muchachas de sus edades respectivas. Me quedé paralizada. ¿Cómo les cuento la verdad de nuestras infancias sin que caigan en una terrible depresión? No podía hacerlo. Pero, miren ustedes, los de la quinta de los 40 del siglo pasado vinimos al mundo cargados de resortes que nos hicieron la vida menos difícil. Y, abu Rosa fue relatándoles lo que hicimos -o hacía mi hermano José Luis, yo miraba- para vestirse de El Zorro usando la «mejor falda de nuestra madre como capa, con solo descoser una costura». Después de la fiesta yo la volvía a coser. Mi madre nunca pareció darse cuenta, pero, unos días antes de fallecer me confesó que tanto mi padre como ella se troncharon de risa por la ocurrencia de su hijo -«ricitos de azabache». Sin comentarios. Felices y abundantes regalos.