2016 se acaba de ir. Empieza un nuevo año. Comienza 2017 con la esperanza de un mundo mejor. Todos expresamos estos días nuestros mejores deseos de salud, dinero, amor, paz o felicidad, con la idea puesta en un futuro más próspero. Como si la historia se detuviera cada año. Como si la historia reanudara anualmente su camino tras el paréntesis de la Navidad y del Año Nuevo. Como si el tiempo hubiera hecho una pausa en la que se hubieran disipado todos los problemas. Como si empezáramos de nuevo. Como si el presente no fuera siempre histórico. Pero la realidad no es que no sepamos que nada ha cambiado entre finales de 2016 y el inicio de 2017, sino que nos ilusionamos creyéndolo. En el plano personal nuestros deseos y nuestros propósitos pueden hacerse realidad con voluntad, y sabiendo quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí; pero en el plano social y colectivo los cambios, sin embargo, escapan a nuestra propia contingencia.

Durante unos días nos hemos deseado paz y felicidad en un mundo envuelto en numerosas guerras y conflictos, donde las palabras paz y felicidad carecen de sentido. El inestable equilibrio internacional nos ha situado ante un escenario muy complicado y de difícil solución inmediata. La historia no se detiene cada año, sino que, por el contrario, transcurre imparable a través de ellos, alargándose el tiempo de manera insoportable para quienes sufren el horror de la represión o de la guerra. 2017 seguirá siendo 2016, 2015, 2014€, mientras la Humanidad no encuentre respuestas y soluciones a los problemas que nos han aquejado hasta el pasado 31 de diciembre. Incluso puede ser peor allí donde se extrema la injusticia y se ha perdido ya la esperanza.

Si sintiéramos empatía con los más débiles del mundo, con los que padecen las lacras del hambre, de la violencia, o de la opresión, saliendo siquiera mentalmente de nuestra área de confort, la primera evidencia que percibiríamos en toda su radicalidad sería la desigualdad del ser humano. Es cierto, que los medios de comunicación nos la muestran a diario, inclusive en nuestro entorno más inmediato, pero no suelen hacerlo para elevar nuestro nivel de conciencia y de compromiso, sino como el accidente de una realidad que nos es ajena.

La globalización económica es un hecho en el mundo de hoy, pero lo es la globalización de los poderosos, aquella que ha impuesto el modo de producción dominante y la estandarización de los comportamientos sociales y económicos de los ciudadanos-consumidores. La globalización de la igualdad y de la solidaridad no encaja sencillamente en ese contexto, y tiene que buscar caminos alternativos. La historia del poder muestra las dificultades que el hombre ha tenido para establecer un ordenamiento jurídico-político igualitario que respetara y defendiera los derechos humanos. Sobre todo, porque se fundamentaban en la desigualdad. Pero también la democracia, el mejor de los sistemas políticos conocidos, aunque sin duda perfectible, corre el riesgo de debilitarse en un contexto de abuso de poder y de injerencia de agentes externos que tratan de desvirtuarla.

El neomilenarismo de los inicios del siglo XXI y el desarrollo de las Nuevas Tecnologías preconizaban un mundo mejor en el que desaparecerían las desigualdades; tres lustros más tarde aquella visión idealizada del futuro ha dado paso a un profundo escepticismo. El problema de los refugiados, las guerras del Próximo Oriente, el terrorismo internacional, la nueva guerra fría instalada en las relaciones entre las grandes potencias en un mundo multipolar, el declive de la Unión Europea, la crisis económica que perdura, la fragilidad de la democracia, el nuevo orden económico-tecnológico, y la emergencia de nuevos poderes fácticos, etc., dibujan un panorama repleto de incertidumbres, pues las consecuencias de un estallido internacional son imprevisibles y de consecuencias desconocidas hasta ahora. Ya que no sirven los referentes históricos anteriores.

2017 puede ser una nueva oportunidad. Un gran reto de la Humanidad para afrontar con decisión la solución de todos estos problemas que condicionan nuestras vidas y la de nuestro mundo. Por delante hay 365 días para tratar de construir un mundo mejor. Afrontémoslo con coraje, con valentía para contribuir a erradicar la violencia, la discriminación o la injusticia; con determinación, sin miedo, cada uno desde su espacio, desde su lugar en el mundo, pero conscientes de que formamos parte de un mundo interconectado y cada vez más cercano, donde no hay problemas lejanos, sino problemas que pueden ser nuestros en cualquier momento. Afrontemos 2017 con solidaridad con los que padecen y con el compromiso de contribuir a un mundo más igualitario denunciando las injusticias. Probablemente, llegará 2018 y poco habrá cambiado, pero habrá merecido la pena intentarlo porque solo con la acción se alcanzan los propósitos. Como decía Anatole France, es bueno para el corazón ser ingenuo, pero para la mente no serlo.

*Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga