Ayer estuve husmeando entre las vitrinas de los kioscos articulados. Ya saben, esos chiringuitos de prensa con los expositores desplegables. Me fascinan. Cada cierto tiempo me quedo absorto, como hipnotizado ante tanta oferta de revistas. Las hay para todos los gustos, desde clases de punto de cruz hasta coleccionables de minerales. Un infierno perfecto para los indecisos.

Hay raras veces en que me propongo no irme sin comprar algo, y ayer fue uno de esos momentos. Pasé de largo por la prensa nacional y los diarios extranjeros para centrarme por un instante en la prensa del corazón, esa a la que llevo años esperando sin éxito que le dé un mortal ataque al ídem. Por encima de todas relucían las portadas de Terelu Campos tras la emisión de su docu-reality (mira mamá, docu-reality, y tú decías que nunca aprendería idiomas). Se conoce que la primogénita del clan decidió estirar su momento de gloria y ahí estaba erre que erre dando titulares sobre la matriarca y algo sobre comer churros, aunque si hay algo que me fascina de las Campos es su capacidad para hablar con acento malagueño o madrileño dependiendo del momento. Como Banderas, pero sin llegar a cecear.

A continuación venían las revistas de hombres, por hombres y para hombres. Esas que en una misma edición te enseñan cómo conseguir el pelazo de tus sueños untándote aceite de apio, los relojes más molones, cocinar el sushi más exclusivo, algún artículo de sociedad para soltar un comentario pijo a la hora indicada y otro sobre una cata de vodkas kazajos. Todo muy útil, nunca sabe uno cuándo va a necesitar opinar sobre vodkas destilados en los Urales.

Otro segmento llamativo es el que yo denomino «algún día». Aquí entramos en el mundo de los cochazos, decoración de casoplones, viajes soñados y restaurantes inaccesibles. Es un quiero y no puedo que acaba como siempre: comprando una pegatina de Turbo, cogiendo una idea sobre bodegas de vino para adecuarla a un armarito agujereado de Ikea, llamando para reservar en una casa rural de la Alpujarra, y con la novedad pasajera de echarle eneldo a todo. Es lo que hay.

No puedo pasar por alto esas otras revistas que hablan de nutrición y vida sana. Esas me pirran. No se lo van a creer, pero resulta que si hierves una raíz de secuoya, la mezclas con el jugo de media toronja, le espolvoreas un poco de pitaya peruana deshidratada y te lo bebes después de correr 30 kilómetros en ayunas, adelgazas. Desde luego, quien no adelgaza es porque no quiere.

Y no quiero olvidar las mejores, las revistas sobre el Trivial. En ese grupo suelo meter National Geographic, Muy Interesante, Quo e Investigación y Ciencia. Te las compras todas y te pegas un mes deseando encontrarte con Iker Jiménez o Eduard Punset para invitarles a un café y debatir sobre los agujeros negros, las caras de Bélmez y la mano incorrupta de Santa Teresa. Todo junto, así, en la confianza de la mesa camilla, entre pastita y pastita.

Una vez comprada una revista sobre fotografía me dispuse a ojearla tomando un vermut. Tranquilo, al solecito, y cuando ya me hube empapado, de fotografía, no de vermut, descubrí en el Verne de El País la historia de un administrativo, un tal Javier Ochagavía, que tiene por costumbre coleccionar titulares antiguos y sorprendentes de la prensa nacional. Era un artículo delicioso en el que despuntan titulares como «La casa de Massiel asaltada por unos nazis que reivindicaban a Beethoven», «Ofrecí mi cuerpo porque quería que me trasplantasen el cerebro de Franco», o uno sobre una reclamación multitudinaria de suecas que tras un verano de refociles buscaban años después a los padres españoles de sus hijos medio ibéricos, el titular no tiene desperdicio, «Las suecas nos sedujeron, que no reclamen». Y el mejor para mi gusto, uno de la Agencia EFE fechado en 1967 sobre un hombre que se recuperó por sorpresa de un infarto de miocardio: «Le pegan una paliza al pensar que había resucitado».

Esas eran noticias. Una prensa con semejantes enunciados sí que debía ser entretenida e interesante, y no como los titulares que Ana Pastor le hurta al público cuando atropella a sus entrevistados.

Camarero, otro vermut.