Mucho ha llovido desde que Celia Villalobos sorprendiera allá por el año dos mil con su proyecto de soterramiento del Guadalmedina. En 2008 con el subidón de la campaña a las municipales el compromiso fue más allá, se suponía había proyecto y la actuación era inminente, al año siguiente. Desde entonces la única actuación en el Guadalmedina ha sido la de la banda de cornetas y tambores del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga.

Nunca un río ha sido tan necesario para los alcaldables de esta ciudad. Cuando se acercaban las elecciones ya tenían elaborado medio programa electoral, volver a actuar, soterrar o embovedar el Guadalmedina. Promesas para todos los gustos, incumplimientos también.

De nada han servido los proyectos o concurso de ideas cuando lo que verdaderamente se necesitaba era compromiso de las administraciones implicadas y sobre todo, altura de miras. Integrar el río en la ciudad, darle un uso ciudadano, unir las dos Málagas, la moderna y la antigua, hace tiempo que dejó de ser un proyecto político para ser un proyecto de ciudad, de todos, y como tal requería la colaboración que, dicho sea de paso, siempre se echa de menos por aquellos que no paren una idea.

Han pasado casi veinte años y estamos como al principio, tiempo ha habido incluso de terminar las obras, pero no, aquí nos va más eso de poner palos en la rueda a las ocurrencias del otro, y si son buenas más, no vaya a ser que se beneficie electoralmente. Este es el juego político, paralizar, bombardear o cuestionar con el sí pero, cualquier iniciativa del adversario. Lo que los ciudadanos demanden o lo que la ciudad requiera pasa a un segundo plano.

Casi dos décadas después, de nuevo el Ayuntamiento pretende impulsar la redacción de un plan especial para el río que culmine con las obras en diez años, y ya serían treinta. El proyecto es menos ambicioso que aquel del año 2000, pero no por ello menos necesario. En el río hay que actuar y sobre él comunicar los barrios separados por su cauce.

Sin duda, aunque recurrente, vuelve a ser una buena noticia para Málaga, pero también lo es para aquellos que sólo ven la posibilidad de encontrar nuevos motivos para la confrontación política, que de esos tenemos unos pocos. El debate de que en el río hay que actuar ya está superado, negarse sin más sería un suicidio político para quien lo hiciera, y aunque algunos anden escasos de sentido común van sobrados de espíritu de supervivencia, que en la calle hay mucho paro. Nos quedan diez años de río y más río, de plataformas de afectados por el color de las farolas o la especie de árboles a plantar, incluso no faltará quien proponga una consulta popular para decidir donde se colocan las papeleras, pero si aún así el proyecto culmina, habrá valido la pena.