Está la ciudad como destemplada. Terminó la Navidad y todo parece tranquilo, seguramente hasta hoy viernes. Uno ve a viandantes de ritmo cansino, a pocos turistas, ve terrazas semillenas, más refrescos que vinos, más cafés que cócteles.

Es hora de otrora bullicio y ahora tranquilidad. Una dependienta fuma en la puerta y un hombre pasea a su perro, que tira de él como incitándole a volver a la calidez del hogar y la suavidad del sofá. El repartidor de bebidas suda ajeno a si es jueves o martes. No apaga el motor, que emite un ruido como de diésel viejo. La churrería tiene un cartel de que cierra a las doce. Cada cual tiene sus manías. Las del cronista lo llevan a evitar una plazuela que huele a fritanga donde un mendigo malencarado suele gritar invectivas y dicterios. El almendrero se gira a nuestro paso y tal vez piense: a este ni lo tiento. Y eso que a uno le gustan las almendras. También las nueces, que dicen que tienen muchas propiedades. Pero no hay expendedores de nueces con su mandil y su gorro blanco y la mesita portátil. Tampoco de percebes. Tal vez sí en Vigo. O en Lalín, que le resulta a uno un municipio entrañable desde aquellas largas tardes de domingo oyendo el Carrusel Deportivo en las que el locutor al finalizar el programa daba una ristra de resultados de Segunda B y Tercera. Tarde o temprano citaba al Lalín. También al San Roque, a la Cultural Leonesa, al Móstoles y al Fuenlabrada. Sin olvidarnos del Mollerusa o el Marbella.

Un policía da los buenos días. Esto parece un pueblo. Enfilo hacia la plaza de La Marina y un grupo de oficinistas, que parecieran que vienen de trabajar con glebas, encienden sincronizadamente cigarrillos. ¿Serán de la misma marca que los de la dependienta?

Buscaría una librería, sería muy apetecible comprar un libro que acaba de publicar la editorial Renacimiento de y sobre el periodista cordobés Juan Rejano, azañista, posteriormente exiliado, buen reportero, intelectual, poeta, que trabajó en periódicos malagueños durante la República. Tal vez una de sus tertulias con Altolaguirre, elucubro, la celebró en un café que hoy ocupa una franquicia. Esa a cuyas puertas fumaba la chica, que, por qué no, a lo mejor es filóloga y conocedora de la obra de Rejano. O lo mismo la literatura le importa un mojón y lo que de verdad le priva es el repartidor, que a esta hora debe haber sudado lo más grande. Y la churrería cerrando.