En España, tras un año de incertidumbre, las cosas van mejor de lo temido. Rajoy está aprendiendo -rápido- a gobernar en minoría. A pactar y olvidar el dogmatismo. Y la gestora socialista no lo hace mal. Ha negociado asuntos relevantes como el techo de gasto y ha sabido sacar dividendos como el aumento del salario mínimo del 8%.

Otra cosa es la crisis del PSOE. Hay que esperar las primarias de mayo para las que todavía no hay candidatos aunque planean las sombras de Pedro Sánchez (el líder asesinado) y Susana Díaz. El congreso del PP de febrero no será conflictivo aunque deberá decidir (más Rajoy que los congresistas) si Dolores de Cospedal acumula Defensa y la secretaría general. El del PSOE -con primarias- puede dar sorpresas, pese a que, para un partido sin líder, la erosión electoral es limitada.

Quizás esta relativa estabilidad obedezca también a que la economía -pese a que el modelo productivo ha cambiado poco- está funcionando. El año acabó con 390.000 parados menos y 520.000 afiliados más (nuevos empleos) a la Seguridad Social. El brutal aumento del paro (del 8% del 2007 al 26% del 2013) lleva tres años corrigiéndose, lo que quizás ha ayudado a que Podemos no lograra el ´sorpasso´ al PSOE y sea una causa de la guerra interna entre Iglesias y Errejón.

Pero nuestro mundo es el mundo. La economía se ha recuperado cuando el ajuste y las duras pero imprescindibles reformas -iniciadas por un Zapatero contra las cuerdas en el 2010 y aceleradas por un nervioso Rajoy en el 12 (la crisis no se acabó con la victoria del PP)- se toparon con un buen entorno exterior: petróleo, tipos de interés y euro a la baja. Por eso ahora estamos bien y si los pactos PP-PSOE son parlamentariamente obligados, económicamente los podemos afrontar.

Pero Rajoy (y España) no pueden olvidar lo que le pasó a Zapatero con la crisis del 2008. Desde noviembre sabemos que la elección del populista y nacionalista Donald Trump es un factor de riesgo. El miércoles hizo una rueda de prensa que sólo confirmó los peores temores. Que el presidente de los Estados Unidos ataque en público a sus servicios de inteligencia (entre ellos la famosa CIA), acusándolos de crear un clima como el de la Alemania nazi, no puede confortar ni al más irredento leninista. Que irrite a China, prometa un muro con México que -asegura- acabarán pagando los del sur, quiera castigar -por ahora a través de tuits- a las empresas americanas que fabriquen en otros países€ tampoco tranquiliza.

Y el jueves, al revés de lo sucedido desde noviembre, los mercados se pusieron algo nerviosos. Trump no desveló ningún detalle de su rebaja fiscal ni del plan de infraestructuras, tan exhibidos en su campaña. Consecuencia: el dólar se debilitó frente al euro, el yen e incluso la tan castigada libra esterlina. Veremos qué pasa a partir del próximo viernes, cuando duerma en la Casa Blanca, pero un presidente que ataca a sus servicios secretos y que no concreta sus propuestas económicas pero presume de que será «el mayor productor de empleo que Dios haya creado jamás» genera mucha inquietud.

¡Ojalá se equivoquen!, pero algunos ya piensan que lo mejor sería que todo acabara en un impeachment. Como con Richard Nixon.

Y en Europa el 2017 también puede ser de infarto. Ahí está el brexit que Theresa May no sabe cómo abordar y grupos mediáticos que ayudaron a Trump van a alimentar a Marine Le Pen y a la AfD alemana. Cierto que en Alemania -bueno para Merkel- los inmigrantes han bajado de casi 900.000 en el 2015 a algo menos de 300.000 el pasado año, pero Italia -cerrada la ruta de los Balcanes tras el criticado acuerdo con Turquía- ha recibido vía Libia 180.000. Y lo más probable es que allí también se vote y el desconcertante Beppe Grillo quiera pescar en aguas revueltas.

Con este horizonte -desde luego la amenaza exterior no se acabó cuando Federico Trillo reconquistó Perejil-, que los puentes entre los dos grandes partidos sigan abiertos es una imperiosa obligación. Se piense lo que se piense del uno, o del otro.