Proliferan en la tele los programas de citas como prolifera el mal rollo entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, que cada día dan un pasito más para que no decaiga el «reallity show» que se han montado para demostrar que la política es gloriosa y soñadora cuando no te dedicas a ella pero tramposa y fullera en cuanto alcanzas poder. Cada cadena tiene uno, o dos, o cinco. Los relamidos y acomplejados, o creyendo que están en la cresta de la ola de la vanguardia terminológica que copian de las cadenas que hablan inglés, los llaman programas «dating show», o sea, programas de citas. Pero no los llaman así porque programa de citas es anodino y vulgar, y también para enturbiar el nombre y, con el inglés, pretender elevarlo a una categoría más elevada. Paletos. Bien. Pues como el First dates de Cuatro, a espuertas, se llame como se llame el invento. Ya desde los tiempos de Jesús Puente, en la prehistoria televisiva de nuestras pantallas, se emitió Su media naranja, que estuvo en antena seis años. Se trataba de averiguar la compenetración entre las parejas, que unas veces era alta y otras parecía que ni vivían juntas. Memorable, y relamido, como todo lo que tocaba la señora, fue Lo que necesitas es amor, formato que emitió Antena 3 y presentó en su primera etapa la divina ególatra Isabel Gemio, que trataba de que personas anónimas consiguieran el amor o recuperar el que habían perdido. Era la década de 1990 del siglo pasado. La cosa no ha cambiado mucho. O sí. Tiene un matiz. En los programas de citas ya no es prioridad sacar de la cita una pareja. Es más, puede ser lo último que se busque. Se busca, ante todo, brillo social, que te conozcan, quizá impulsar tu carrera, hacer bolos por las discotecas del extrarradio, tener los putos famosos quince minutos de gloria de los que habló un hacha para esto de la fama, don Andy Warhol, o por mera necesidad, que hay que tener lentejas en la despensa para poder comer.

¿Eso es amor?

Una tal Yurena, antes Ámbar, antes Tamara, y antes, al principio del tiempo, cuando su madre la parió en septiembre de 1966, María del Mar Cuena Seisdedos, pasó por First dates y al conocer al pretendiente que le tocó dijo que «hacía tiempo que no sentía tanta química». Le moló el chorbo que le había tocado en suerte en el especial que el programa hizo el sábado pasado con famosos de talla monumental como Yola Berrocal, otra imprescindible con las tetas bien puestas, a reventar. Ninguna ha tenido suerte en el amor, pero Carlos Sobera está dispuesto a remediarlo. Se ve que hay tanta necesidad de emparejarse, tanta hambre de amor catódico, y fama esquinera y fungible, que la semana nos deja dos estrenos que se unen a formatos de amor bajo los focos ya existentes, y en distintas cadenas. Cuatro es la reina, es la Celestina coronada, la alcahueta postinera, la niña del exorcista que expele sus vomitonas por la pantalla, la más friki, la friki entre las frikis. No tiene bastante con Granjero busca esposa, donde rudos señores han de pelear desde el establo o con el arado por señoritas finísimas, algunas como si salieran de la barra del puticlub, relaciones de chichinabo bendecidas ahora por Carlos Lozano, él mismo con olor a naftalina, caduco y machista, sino que la cadena ha recuperado a la gran Luján Argüelles para presentar un revolucionario sistema de conquista, así lo dice la cadena en sus promociones, con Tú, yo y mi avatar. Enamórate a ciegas, pretende el programa. Deja a un lado las apariencias y busca el amor de tu vida sin ver el cuerpo del otro. El pretendiente permanece en el anonimato y tendrá que conquistar al candidato a través de su avatar. Es la mecánica, lo que da lugar a confusiones, dobles sentidos, lío, o sea, todo un circo en nombre del amor pero donde el amor es lo de menos.

Trump y el gitano

Sí, vi la primera entrega. Me aburrí a la cuarta chorrada. Muy bien montado, muy buena postproducción, muy colorista, y Luján, como siempre, con su toque irónico, pretendían que Tú, yo y mi avatar entrara en casa para quedarse. No se quedó. Nada de lo que veía me concernía. Me resbalaba. La selección de candidatos y pretendientes, la selección de avatares, con Patricia Conde como avatar conocido, y las cosas que les hacían hacer, me resultaban de una estupidez cansina. Tiene el toque que da Cuatro a estos formatos, el toque de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? o Un príncipe para… Cansa. El surrealismo choni, poligonero y fabricado, que banaliza los sentimientos en nombre del espectáculo, está fenomenal, pero que no lo llamen amor cuando quieren decir circo. El mismo día, pero en Antena 3, irrumpió de nuevo la tercera temporada de Casados a primera vista. Otro cachondeo. Un equipo de sicólogos, sexólogos, y otras disciplinas, estudian cada caso, cada aspirante a casarse, hasta dar con su media naranja. Se conocerán cuando la «lisensiada» mejicana, dentro del hotel, con ofertas todo incluido, se acerque para leer el acta matrimonial. En la primera entrega destacó la boda entre un gitano de 24 años y un peluquero de 36. A la boda gitana gay en Méjico sólo le faltó, como esturreaban las redes, que la organización hubiera invitado a Donald Trump. Es verdad que Casados a primera vista es mero entretenimiento, pero hay un matiz. Quienes van ahí es gente de la calle, no son ni aspirantes a modelos, ni cantantes frustrados, ni putillas o putitos con gana de promoción, ni hormonados no admitidos en Mujeres y hombres y otras berzas -otro de citas donde el amor es de coña-. Pero el clásico de los programas de citas es La tarde, en Canal Sur, donde Juan y Medio y su bigote son la alcahueta de toda la vida, nada de First dates ni puñetas. Aquí la Rosi, aquí el Manolo. Sin mariconadas. Señor con señora. Lo de siempre, sin «modernuras». Y sin avatares ni chuminadas. Sin efectos ni posproducción de vídeo clip. Que ningún andaluz o andaluza, ningún amigo o amiga, dice Susana Díaz, ningún novio o novia, ningún marido o marida, se quede sin amor, calla, coño, Susi, que se te va la olla. En fin, que lo que la tele una no lo separe la tele.

La guindaRaíces

El guapísimo Malachi Kirby es Kunta Kinte en la nueva e impresionante versión de Raíces, la mítica serie de los 70 que enfrentó al espectador a la tragedia de la esclavitud más descarnada gracias a la durísima historia de este esclavo que luchó por su libertad. La historia es la misma, pero la narración es arrebatadora, cargada de un poderío visual que te deja pegado al asiento. En cuatro entregas, Raíces vuelve a hacer historia.