Un borracho excéntrico en gabardina con una petaca y una pluma de rebelde rojo. Fuera del tiempo uniformado de los otros, es un tipo al que le importan más los hechos y sus ángulos que las ventas del morbo y las risas de lo tonto. Así presenta al periodismo veterano, la compañía Els Joglars en Zenit. Una realidad a su medida, dirigida e interpretada por Ramón Fontserè. Un excelente actor expresionista que ha perfilado las máscaras de Pla, de Pujol, de Franco, de los actuales niños mimados y los ancianos rehenes de programas de animación entre otras criaturas escénicas para conferir a sus personajes la carnalidad del humor inteligente. El dominio del gesto que multiplica significados, sin dejar de jugar al teatro con oficio y con duda. Lo ha demostrado a lo largo de sus 35 años en la compañía catalana que fundó Albert Boadella y que no ha dejado de lanzar el dardo de una mirada reflexiva, irreverente en ocasiones y subversiva en otras, hacia las diferentes construcciones de la tiranía en lo político, lo cultural, lo familiar, lo mitológico y lo cotidiano. Una diana en la que también es círculo el actual periodismo desprovisto de ética, contaminado por la manipulación de lo real, la banalización de la sociedad líquida, el pensamiento débil, la voracidad de rentabilidad económica y el circo mediático de las nuevas tecnologías de la inmediatez.

Que solos nos ha dejado Bauman y qué poco recordamos en su centenario a José Luis Sampedro y su economía humanista. Nada de ellos hay en el trasfondo de Zenit, más pendiente de los tópicos y eufemismos que promueven la risa fácil; demasiado impresionista en la versión crítica del periodismo; y falto de unos necesarios hervores para que la sátira, inspirada en una innegable realidad, tuviese más profundidad y esencia, la significativa fuerza expresionista: el sello inconfundible de El Joglars presente en espléndidos montajes como Ubú President, La Cena, El Nacional, Daaalí o 2036 Omega-G. Piezas que enganchan la atención del espectador desde el principio. Un éxito que no ocurre en el largo inicio de la obra, con una especie de prólogo críptico para quiénes desconozcan que el periodismo comienza con las crónicas de Heródoto, y distorsionado además por las toses que enhebraron la hora y media de función.

En este punto me regalo hoy ponerme Boyero. Ese gran crítico cinematográfico al que unos no toleran y otros admiramos por su talento y talante independiente. Nunca ha sido políticamente correcto Carlos Boyero y en muchas de sus zacas lleva razón, y tiene un humor brillante a degüello. Empiezo a rendirle homenaje aconsejándole al Teatro Cervantes de Málaga que la voz en off del periodista y amigo Domi del Postigo, que advierte del inicio de la función, añada la petición de «Apaguen sus toses, por favor» Porque resulta incomprensible que el animado aforo, no sólo en la semana donde la gripe ha sido viral sino en todas las estaciones del año, nada más apagar las luces estalle en contracciones espasmódicas repentinas y repetitivas de la cavidad torácica, con la habitual liberación de un aire de violenta sonoridad. Su eco termina convirtiéndose en un molesto personaje en sombra que desequilibra la concentración de los actores, como reconoció recientemente el gran director Mario Gas en una entrevista radiofónica. Una molestia mayor que la de las risas de ese perfil del público cuyo júbilo salta ante el estímulo estereotipado del pipi, pito, culo, caca. Incluso hay curiosos momentos en los que esa ventilación límbica de la emoción no se corresponde en su divertimento con la metáfora de la parodia o la reflexión que conlleva en lugar de lo que algunos consideran un chiste. En cualquier caso cada uno es libre de su risa. Aunque está claro que si el teatro educa, no siempre la educación entiende de teatro.

En Zenit no sale bien parado el periodismo. Ni en su viejo oficio de confrontar versiones, investigar los hechos, y contar con honestidad y libertad de presiones empresariales. Tampoco en el perfil de los que luchan todavía en pie en los medios y a pie en los campos de batalla contra las líneas editoriales que consideran que la ética no es buena consejera; que no se puede herir la sensibilidad cuando los beneficios de su negocio es comerciar con el morbo; que lo que importa es consumir información sin filtrar y que cualquier noticia se pueda difundir de primera mano desde una red/corral social a modo de trend topic. Las primeras imágenes del atentado contra el embajador ruso en Turquía llegaron a la red, casi en tiempo real, grabadas por alguien del público. Sin duda, las nuevas tecnologías están contribuyendo a una nueva realidad desvinculada de los hechos como afirma Ernesto Hernández Busto en el estupendo artículo El periodismo fantasma. Qué poca risa me dan estas cosas que me ponen serio.

El periodismo sin cabeza que parodia Els Joglars existe. Lo sabemos. Igual que sabemos que todo es subjetivo. Y por eso una parte del público se pone en pie y aplaude en epifanía catártica, y otra opina que a Zenit le falta un par de vueltas, como antes decían los jefes de redacción ante un texto cuya cocina no estaba bien elaborada del todo. El resto de lo que descarna la obra es antiguo, pescado fósil más que vendido ayer. El periodismo y sus aristas, el gancho del morbo, el peligro de la manipulación, las relaciones con el dinero o el poder político, la ambición a toda costa, las zancadillas y navajazos entre compañeros, el ascenso y caída de la gloria personal, etc, están maravillosamente plasmados en películas de la talla de Ciudadano Kane, El gran carnaval, Network. Un mundo implacable, El dilema, por citar cine entre los años 50 y el inicio del siglo XXI. Igual que la literatura ha descendido al infierno de su deriva en novelas como ¡La exclusiva! de Annalena McAffe publicada en Anagrama y en cuyas páginas puede leerse: ¿Periodismo? ¿De veras? ¿Qué sabrá usted de eso? Usted y los de su clase están cerca del periodismo como los grafiti de unos orinales de la capilla Sixtina.

Si no se puede ser original ni aportar algo más novedoso habría que buscar el coraje de meter el dedo en la necrosis moral, o en los entresijos de lo que se va a criticar. De tibieza y lo consabido está lleno el mundo; el del periodismo y el de todos los sectores. A veces el espectáculo en lo que se ha convertido el periodismo, su decadencia y el resto de sus claroscuros, se entiende mejor en un Congreso sobre el arte, o su falta, de la entrevista donde Jesús Quintero y Carlos Alsina pugnan por la calidad del periodismo televisivo. Nada como youTube para transmitir el presente de estrellas desmaquilladas de éxito, el endiosamiento de otros y gozar y aprender de verdad de las austeras y magistrales entrevistas literarias de A fondo de Joaquín Soler Serrano. Un ejemplo del buen periodista en blanco y negro con el que Els Joglars juega a considerar un tipo raro pero sin tener que ser borracho, llevar ajada gabardina ni ser un quijote con un Sancho becario. Qué poco valor le damos a la memoria y a la experiencia en favor de lo tópico y la viñeta.

Es curioso que además de Ramón Fontserè también haya sido una actriz, Meryl Streep, la voz que defienda la necesidad de un periodismo que consiga que los poderosos respondan de sus actos. Un compromiso al que debemos sumar el saber contar las historias que suceden a las personas, ayudar a distinguir la luz en medio del ruido informativo y promover el enriquecimiento cultural.

Hacer un periodismo cuya medida de la realidad sea la libertad de la mirada, la independen de su credibilidad y la identidad de su lenguaje.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es