El problema de los artículos lacrimógenos sobre «un año sin David Bowie» consiste en que obligan a concluir que no hubiera sido muy distinto de «otro año con David Bowie», salvo para el propio cantante. No ocurre lo mismo con Donald Trump, creador a diario de olas que desbordan su país y su cargo a estrenar. La clave reside en Twitter, el Facebook de las clases alfabetizadas y por tanto en franco retroceso respecto a la red de Zuckerberg. Si Obama «se mueve como Fred Astaire», en acertado símil de Carlos Fuentes, entonces su sucesor baila el tuit con una soltura sorprendente para un septuagenario. El mayor experto en el manejo de la comunicación electrónica sin intermediarios nació un año después de Hiroshima, por citar el acontecimiento más a menudo ligado con el desembarco de Trump en la Casa Blanca.

El papanatismo digital establece que la magia de Twitter reside en «escribir más breve» Es decir, en detenerse unas letras antes de la frontera cardiaca de las 140 pulsaciones. Alguien no se ha leído a su McLuhan. Prescribir un tuit debería llevar más tiempo y concentración que redactar los tres folios de este artículo. En una escena de la vida de Tom Wolfe que han esgrimido todos los periodistas perezosos, el maestro del nuevo periodismo le replica a un redactor jefe rezongón que «no puedo escribir una pieza más resumida, no tengo tiempo». Seleccionar con tino es más difícil que volcar groseramente toda la información de que se dispone.

El muy celebrado Arturo Pérez-Reverte tuitea por amontonamiento. La distancia de la pista de Twitter se le queda corta, así que deja el argumento en suspenso y lo prolonga en sucesivas entregas. El aforismo por capítulos era disculpable en el Siglo de Oro que domina el autor de la espléndida Falcó, pero nadie llega a la Casa Blanca haciendo trampas con el breviario. Puesto que se trata de teorizar, Trump baila un tuit hegeliano. Lanza una tesis inesperada, para sorprender con la guardia baja al adversario que no interlocutor. Una vez relajado el contendiente, le asesta una antítesis demoledora y desvergonzada. De ahí surge la síntesis de despedida, como si todo lo que ha ocurrido fuera una broma. En efecto, un combate a quince asaltos en 140 caracteres. Pronto se elaborarán sesudas tesis doctorales sobre el discurso en píldoras del casi presidente de «América», término que Bill Clinton y Trump prefieren al anémico «Estados Unidos».

Se entenderá mejor con un ejemplo recién salido del horno navideño. Trump se marcó el siguiente tuit para despedir 2016: «Feliz Año Nuevo a todos, incluidos mis numerosos enemigos y quienes me han combatido hasta quedar tan noqueados que no saben qué hacer. ¡Amor!». Este depuradísimo ejemplo demuestra que el éxito inesperado del presidente estadounidense se basa en su habilidad en el manejo de los comentarios hirientes de 140 grados de temperatura. El tuit no debe ser persuasivo, queridos socialdemócratas, sino inapelable. En el caso citado, se abre con una felicitación sedante, que empuja a los analistas a concluir que ha comenzado la asimilación de Trump por el sistema. Arrebatados por el éxtasis, los críticos reciben una tunda de la que jamás podrán reponerse. La antítesis intermedia “incluidos mis numerosos enemigos...” concentra el odio acumulado por el falso candidato Republicano durante su campaña victoriosa. La amorosa rúbrica resume la felicitación de Mr. Scrooge o del Tío Gilito. Ni Mourinho podría mejorarlo.

Un tuit personalizado, previo al asalto de Trump a la Casa Blanca, despliega la maestría panfletaria de su autor. «Arianna Huffington es repulsiva, tanto por dentro como por fuera. Entiendo completamente por qué su antiguo esposo la dejó por otro hombre, tomó la decisión correcta». Arremete contra el código penal y contra la corrección política de un solo mandoble. Misoginia, machismo, homofobia, un libelo purulento pero de nuevo inigualable. Sin olvidar el obligatorio mensaje en tres actos, que también Obama aplicaba a sus discursos primerizos aunque sin necesidad de insultos. En respuesta a un desafío de Huffington y según la tesis de su compinche Rudy Giuliani de que ninguna insolencia debe quedar sin réplica, el presidente procede a una «ejecución», por utilizar el término favorecido por el mismo Pérez-Reverte de antes. A continuación, el intermezzo canalla. Acaba con odio rebozado de solidaridad, el exmarido «tomó la decisión correcta». El enemigo de mi enemiga es mi amigo. Quevedo lo hubiera aprobado. Los más exquisitos atribuirán falta de sutileza al nuevo emperador del universo, pero no después de saborear el brevísimo tuit «Nunca he visto a una persona delgada bebiendo Coca-Cola Light». Una observación digna de La conjura de los necios, donde agravia por igual a la marca y a los seres humanos. Trump, el magnate del pueblo, nos obligará a una relectura cuidadosa de sus tuits completos.