En política normalizada, la épica debería estar prohibida. En realidad son incompatibles. La épica es una llamada a la gloria de los grandes momentos, al fondo de los cuales, afinando el oído, siempre se oyen tambores de guerra. Se trata de un virus muy contagioso, y que cuando se instala resulta difícil de erradicar. Artur Más estaba claramente infectado. Puigdemont parecía libre de la enfermedad, pero ya vemos que no. Aunque sea absurdo proclamar una independencia que la mitad al menos de la población rechaza, ante la épica ni valen razones ni pesan absurdos. Grandes emociones, elevadas palabras, redimir a un pueblo, escribir la historia, ser un héroe en ella, revistar a una tropa, acuñar moneda con el perfil de uno, son delirios febriles del enfermo de épica. Lo peor de todo es que no hay vacuna, igual que pasa con la gripe. Y esta puede acabar en neumonía, por lo menos.