Napoleón temía al general invierno. Le fastidió la campaña de Rusia. Los políticos malagueños temen a la nieve, que les roba protagonismo. Y fotos y espacio en portadas. Páginas. Es lógico, la nieve cae una vez al siglo, los políticos caen y caen y vuelven a caer. Si esta última frase la lee a ritmo del villancico igual no puede reprimir añadir: los peces en el río.

Ayer las teles locales, las radios y las conversaciones eran para el frío y no para los desvelos de los próceres en Fitur. O sea. Las webs abrían con el nevazo en los montes, el agua nieve en la capital y hasta las redes sociales ardían (allí nunca hace frío) con una polémica que ríase usted de la que en su día mantuvieron Américo Castro y Sánchez Albornoz: en Málaga capital, ¿nevó o no nevó? Los partidarios del sí, parecían más discípulos de Kant, practicando un racionalismo acendrado basado en la premisa de: sea en copitos poco cuajados o sea en copazos, la nieve es nieve y ha caído nieve. Los partidarios del no, muy influidos por la escuela griega y cierto aristotelismo, concluían que los goterones gélidos aún teniendo cierta textura sólida no eran nieve porque la nieve son bolas gordas blancas y sólidas con las que puedes hacer un muñeco. El debate fue duro y pudo observarse cierta laxitud de los partidarios del sí, así como una mayor alegría argumentativa, ejercida sobre todo por conocidos puntales del malagueñismo, que no dudaban en recitar los muchos méritos que la ciudad alberga para hacerse acreedora de un nevazo en condiciones, de esos que no se te olvidan nunca. Por dos razones: una porque se te caen las orejas y dos porque a los cinco días tu familia de Madrid o Barcelona ya no te coge el teléfono por lo pesadito que te has puesto con la nievecita de los bemoles. Y venga enviar fotos. Los partidarios del no adoptaron desde primer momento un tono academicista, mostrando un buen tono en defensa y exhibiendo, pese a algunos zascas aislados, un gusto por el buen juego de carácter argumentativo.

El cronista no puede decantarse (no es un vino) por ningún bando, preso de la más exquisita objetividad periodística y también preso de su señora, que lo tenía atrapado en la hora del posible nevazo en una acogedora expendeduría de calzado. No vi nieve (o aguachirri) pero estoy feliz como niño con zapatos nuevos.