Amables lectores de este puñado de renglones que escribo cada semana, gracias por los halagos que recibo cuando nos cruzamos por mi barrio. La verdad es que pocas veces, en mis cortos paseos, llego al otro lado del puente.

Como suele decir mi casi hermana Purita: «¡Con lo que hemos he sido!». Creo que los ancianos jamás deberíamos recordar el pasado. No. ¿Por qué? Sencillo: Nunca fue tan ideal como recordamos algunos días, ni tan malo como lo recordamos otros.

Recapacitemos, amables lectores: ¿Qué persona de mi edad no ha olvidado un «mal momento» de su vida ? Todas. Pero lo más extraño es que jamás ese mal recuerdo es el mismo que creíamos haber vivido en nuestra infancia. ¡Así es la vida! A veces, un regalo del cielo y otras, algo peor. Al final, lo que podríamos deducir de nuestros recuerdos es que son un bonito sueño ocurrido en una tranquila noche de mayo.

Hagan la prueba y saquen conclusiones, eso sí, antes de empezar a escribir tengan junto a ustedes un paquete de pañuelos o de servilletas de papel, les vendrán muy bien.

Otro consejo: jamás saquéis la caja de las fotografías antiguas delante de vuestros nietos de más de quince años. Si queréis saber el motivo de mi consejo, haced la prueba y otro día comentamos.

Y es lo que yo digo, ¿qué culpa tenemos nosotras de haber sido tan lindas con quince o veinte años? Ninguna, al final, concluiremos que, siempre, siempre, desde que el mundo es mundo, las mujeres hemos sido unas incomprendidas. Al final creo que podríamos comprender que la envidia es el peor defecto de más de la mitad de la humanidad.