Leo en el valiente Washington Post, en esta fría mañana, ya en el comienzo de la caótica era del magnate Trump, otro excelente artículo de Ruth Marcus. Ejerce ella la libertad de la mirada periodística, como sus curtidos colegas en el diario estadounidense. El que tanto luchó contra otro complicado presidente, Richard Nixon. «La libertad de la mirada» es una frase de Guillermo Busútil, al que aplaudo. Proclama Ruth Marcus en el titular de su columna que Trump es un presidente legítimo. Pero necesitamos saber cómo ganó. Cita las palabras que pronunció en la NBC Dianne Feinstein, la representante demócrata por California. La señora Feinstein cree que la intervención de Rusia alteró los resultados de las elecciones norteamericanas. «No podemos ignorar lo que ha ocurrido. Ignorarlo es verdaderamente someternos a un muy mal futuro».

Acabo de tener noticias de un buen amigo alemán. Thomas Kleinrensing, un brillantísimo educador y comunicador, que también practica el nada fácil arte de «la libertad de la mirada» Lo conocí en Dresden, la Florencia del Elba, después de la caída del muro de Berlín y la posterior reunificación de Alemania. Thomas se había instalado allí hacía poco. Creó en 1998, en la vecina Pirna, una espléndida escuela de hostelería que llevó el nombre de esa hermosa ciudad. Dresden y Pirna fueron ciudades amadas y pintadas por Bernardo Bellotto, también conocido como Canaletto. Durante su primera estancia en la Corte de los Príncipes Electores de Sajonia entre 1747 y 1758.

Desde la Unión Europea le habían aconsejado a Thomas Kleinrensing ponerse en contacto conLa Cónsula, la ya famosa Escuela de Hostelería de Málaga. Confieso que Dresden me fascinó. Por la tragedia de su reciente historia. En mi buen amigo Thomas tuve un guía perfecto. Con la libertad en la mirada, culto e inteligente y con un fino sentido del humor. La verdad es que eran todavía demasiadas las huellas y las ruinas dejadas por la guerra y la República Democrática Alemana. Entre estas últimas estaba la bombardeada Iglesia de Nuestra Señora, cuya reconstrucción pude seguir. Paso a paso. Me decía entonces mi amigo Thomas que las mentes de muchos habitantes de Dresden, sobre todo los de más edad, no tenían una solución tan fácil para sus problemas, más complejos que la restauración de una iglesia prodigiosa. Para no pocos de ellos, el haber sido súbditos de dos tiranías, la Alemania nazi y posteriormente la república post-estalinista de la DDR, era demasiado. Observé que tenía razón. Por eso él amaba su trabajo en la escuela de hostelería de Pirna. Los jóvenes podían ser rescatados. Muchos adultos no. Thomas envió a sus mejores alumnos a unos cursos en La Cónsula, tutelados por la UE. Fue una espléndida experiencia para todos. Quizás especialmente para Thomas. Enamorado de Andalucía, abrió en el 2002 un restaurante de especialidades españolas en la hermosa plaza del Mercado de Pirna. Pintada por el maestro Bernardo Bellotto en 1753. El restaurante se llamaba «Málaga».

Las noticias de mi amigo Thomas no han sido muy buenas. Me dice que ha regresado a Frankfurt. El Dresden y la Sajonia esperanzados y amables que conocimos están cambiando demasiado. Los «fans» de la extrema derecha que por allí pululan los están convirtiendo en lugares poco gratos. Por cierto, algunos de esos ciudadanos presumen de haber tenido como convecino en los tiempos de la DDR a un gélido teniente coronel ruso de la KGB. Desempeñó en Dresden funciones de cierta importancia en los servicios de inteligencia soviéticos, entre 1985 y 1989. Se decía que fue un brillante alumno de la Escuela Superior del Comité de Seguridad Estatal, la KGB. Se llamaba Vladimir Putin.