El final de una presidencia

Ha tocado a su fin la Presidencia de Barak Obama, que llegó a la Casa Blanca apoyado por un gran deseo de renovación. Al final de su segundo mandato hay sin duda algunos logros. La política de apertura con Cuba y su empeño en conseguir un sistema sanitario más justo, son dos ejemplos claros.

Pero el balance final no es positivo. El país está más enfrentado que hace ocho años y hay mayor desencanto hacia la política. El triunfo de Trump no se explica sin la incapacidad de la clase política y del presidente para entender la situación real de los estadounidenses.

En política exterior las expectativas eran demasiado altas. El premio Nobel que se le concedió fue sin duda prematuro, nadie se ha vuelto a acordar de él. Quiso volcarse en el Pacífico pero ha tenido una agenda en Oriente Próximo y en Rusia que ha manejado con dificultad. Ciertos apriorismos ideológicos le impidieron entender lo que estaba sucediendo con las primaveras árabes. Los errores cometidos en Siria e Irak son similares sino peores a los que cometió su predecesor Bush.

José Morales MartínMálaga

Pide más que un cura

Buena base suelen tener los refranes, como el de «Pide más que un cura», que critica la legendaria avaricia de muchos clérigos. Pero esta vez, al menos ha tenido un final aceptable: el cura de Ciudad Real que negó la comunión a una feligresa por dejar de echar dinero al cepillo, enfrentado por ese y otros ‘detalles’ a su pueblo, ha pedido perdón. Mucho peor es el caso de los obispos alemanes, que mandan literalmente -según creencia- al infierno al católico que no quiera pagar el impuesto religioso, exigiéndole, con el Estado como brazo ejecutor, que haga una declaración formal de abandonar la Iglesia. Claro que allí el impuesto religioso lo paga de verdad el que pone la cruz, añadiendo esa cantidad a su declaración de la renta; no como en España, donde no paga nada más, por lo que los dos tercios que no ponen la cruz deben cargar también con la cruz económica de pagarla sin querer; abuso -robo, hablando claro- y por tanto, pecado del católico que lo hace y de sus avariciosos obispos.

Teresa Herrera RomeoMálaga