Se oye decir que la premier británica, Theresa May, ve su relación con Donald Trump como un remake del dúo transatlántico Ronald Reagan-Margaret Thatcher. Segundas partes nunca fueron buenas, pero es que, además, no hay color. Todas las objeciones a aquel presidente republicano quedaron redimidas con el desplome de la Unión Soviética y el final del telón de acero, inolvidablemente simbolizado en la demolición del muro de Berlín. Las de Thatcher no fueron absueltas por el ultraliberalismo antisocial que consagró, pero a la «dama de acero» hay que reconocerle una bravura que suena a falsete en la conversión de May a la religión de un brexit que no votó.

Muy pocos esperan que los Comunes revoquen el referéndum y decidan repetirlo, pero la «salida dura» de Europa que anuncia la premier a plazo fijo, delata prisa y radicalidad desentendidas de las consecuencias, como si su «acción de oro» en el contexto global dependiera del bilateralismo excluyente con los EEUU del antieuropeo Trump, antes de que le doblen el codo. La insolidaridad relativa del Reino Unido con el resto de la Unión Europea se haría absoluta, a despecho de la caída de las exportaciones británicas y su efecto en la libra y en el paraíso de evasores que es la City londinense, o del daño a los miles de ingleses que residen fuera de su país beneficiándose de las ventajas asistenciales del continente.

La UE contempla este proceso con preocupación, que es al menos un estímulo para acorazar sus principios si las elecciones pendientes en varios miembros no tiñen de caqui neofacha el azul estrellado de la Unión. Trump les está dando alas. Después de la Segunda Guerra Mundial se han discutido hasta la saciedad en los foros internacionales los principios y estructuras de un Nuevo Orden Mundial que nuca llegó a realidades. Con todo lo que se avecina, seguirá el gran tema confinado en debates académicos y deseos frustrados, porque la era Trump estará empeñada en agigantar la figura de Obama a fuerza de pisotearla por decreto, y en persuadir a los chinos de que el destino de China es liderar el mundo. En pocas palabras, un Desorden Mundial probablemente más aciago que el que ya padecemos.