Dos frases resumen la guerra de Podemos antes de su Vistalegre II de febrero. La primera es de Pablo Echenique, alineado con Iglesias. Afirmó que pretenden enjaular a Pablo Iglesias y que Podemos no se lo puede permitir. Limitar los poderes del líder debilitaría a Podemos. Es el dogma “pablista”. Y lo más preocupante para ellos es la pretensión común de errejonistas y anticapitalistas (en términos convencionales, de la derecha y la izquierda del partido) de forzar un pacto para la lista del comité ejecutivo y de reducir sus poderes, en especial el de convocar referéndums internos sobre cualquier cuestión. Quieren acotar el “mesianismo” del líder que ya quedó tocado cuando en la última consulta las propuestas de Iglesias ganaron a las de Errejón pero sólo por la mínima (41% contra 39% y 11% para los anticapitalistas).

La segunda frase es la de Íñigo Errejón de este miércoles tras una reunión con Iglesias, Carolina Bescansa (que amaga con una corriente propia aunque estaba con Iglesias), el anticapitalista Miguel Urbán, y los representantes de otras ponencias menores. Errejón, molesto porque con la convocatoria se le pretendía diluir, afirmó desafiante que “la unidad no se decreta a toque de corneta sino que se logra con diálogo”. El subconsciente traiciona. Para Íñigo, Pablo no es ya el compañero-amigo sino alguien con desviación personalista y autoritaria (la corneta). ¿Recuerdan la expresión de desagrado de Errejón cuando, en la votación de investidura de Pedro Sánchez, Iglesias atacó al candidato por ser del PSOE, “el partido de la cal viva”, en alusión a los militantes de ETA asesinados por un grupo antiterrorista ligado a una fuerza de seguridad?

¿Le enervó a Errejón unir los votos de Podemos a los del PP votando contra la investidura de Sánchez y habría preferido dar, abstención mediante, vía libre a un débil gobierno socialista investido con el apoyo de C’s? Es una hipótesis. Lo cierto es que el empeño de Iglesias en repetir las elecciones y pactar una coalición con IU para lograr el “sorpasso” al PSOE, que no logró los resultados esperados porque entre diciembre del 2015 y junio del 2016 Unidos Podemos perdió un millón de votos, ha contribuido mucho a la erosión y la pérdida de autoridad moral de Pablo Iglesias como líder indiscutible y emblemático de la izquierda populista.

Y la actual lucha descarnada por el poder que recurre al desprecio infantiloide —Iglesias se refiere a los errejonistas como “la corriente de Íñigo y Tania” (Sánchez, la novia de Pablo hace dos años)— esconde una grave divergencia. Iglesias no quiere nada con el PSOE, al que denigra por traidor a la socialdemocracia y acusa de ser parte del sistema, sino que aspira a relevarlo agitando la calle contra el sufrimiento de los explotados. Errejón hace un análisis más moderado. Cree que Podemos sólo incrementará la confianza que tiene en la sociedad si atiende eficazmente —también en las instituciones— las demandas de mejoras de los marginados y no excluye pactos con el PSOE. Para hacer juntos un trecho del camino, luego…

El problema de Errejón es que, al contrario que en el debate interno en el que moderados y anticapitalistas coinciden en querer “enjaular” al líder, en el ideológico los anticapitalistas sintonizan con el radicalismo de Pablo.

Por eso Iglesias juega al todo o nada. Cederá poco ante Errejón, y si al final su lista saliera derrotada, renunciaría al liderato. Si le ponen la jaula, se va. Quiere así movilizar a las bases radicales (anticapitalistas, pablistas y los que temen que Errejón sea un submarino del reformismo) en torno a su persona.

¿Irán hasta el final y llegará la sangre al río con uno u otro descabezado, o acabará pasando aquello tan “burgués” —y sensato— de que en último extremo lo mejor es un mal pacto?

Francia también puede sorprender

Vivimos un tiempo de sorpresas. Y casi todas van en contra de lo previsible, e incluso de lo razonable. Primero, el Brexit. Luego, la victoria de Trump, un populista de discurso primitivo. Y esta semana el índice Dow Jones ha superado, por primera vez en la historia, el 20.000, tras la bronca toma de posesión de Trump. Los mercados no son infalibles.

Ahora uno de los grandes miedos de Europa se centra en las elecciones presidenciales de mayo en Francia. En las primarias de la derecha en diciembre no se impuso Sarkozy (habría sido lo convencional), ni el centrista Alain Juppé (lo que decían las encuestas) sino el tercer aspirante, el conservador y bastante gris François Fillon. Parecía así que la elección definitiva en mayo sería entre Fillon, un candidato de la derecha “gaullista” que en su día votó contra el euro, y Marine Le Pen, populista y antieuropea. Era muy difícil que el candidato socialista —todavía se pensaba en Hollande— pasara a la segunda vuelta.

Pero Hollande, consciente de su impopularidad, ha renunciado a presentarse (nunca lo había hecho un presidente en ejercicio en la V República) y mañana domingo se decide la primaria socialista. Parece que el candidato del ala izquierda Benoît Hamon, que hace campaña por una renta mínima para todos de 700 euros, va a ganar a Manuel Valls, el exprimer ministro, que sufre de los fallos de la presidencia de Hollande. Ninguno de los dos puede llegar a la segunda vuelta definitiva de mayo pero está emergiendo con fuerza —es la gran revelación— Emmanuel Macron, dimitido ministro de Economía de Hollande, que aboga por convencer a los ciudadanos de la necesidad de avanzar hacia más Europa. Macron rechaza a la izquierda y la derecha tradicionales y aboga por un liberalismo social pero muy pragmático.

Y si Hamon gana la primaria socialista, suben las posibilidades de que Macron —que ya va tercero en las encuestas— pueda robar un puesto en la votación definitiva a Fillon o a Le Pen y convertirse así —totalmente impredecible hasta hace poco— en el próximo presidente.

Francia, castigada por la crisis y humillada en su orgullo nacional, busca fórmulas lejanas a las ideas y aparatos convencionales pero —afortunadamente— no mira únicamente hacia el populismo antieuropeo de extrema derecha.