Se dice que el tiempo es un gran maestro; lo nefasto, lo cruento, es su mal trato a todos sus discípulos, los va matando. Hay muchos pensamientos los cuales nos hacen hablar del tiempo, de sus dichas e infortunios; de plantearnos la existencia en su seno y la relación con nuestro deambular vital temporal por este mundo. Hay quienes le dicen al tiempo lo que callan y así esperan, cuando éste no dice nada, saberlo todo. Otros deciden pensar en su inexistencia, en ese tiempo perdido, aunque es mejor creer en el tiempo como vida y ésta reside en las emociones. Lo cierto es su paso inexorable; sin dejar de creer en su función sombría, llegamos a la conclusión más tácita: lo más difícil es crearlo y administrarlo como generador de parabienes.

Con el paso de cada lapso hemos llegado a febrero de forma rauda. Este mes fue denominado así en honor a las februa (de februum, una especie de correa) en las Lupercales, festividad de la purificación en la Roma Antigua. Tras el surgimiento del Imperio Romano, la ciudad tomó prestado el nombre de estas fiestas para designar al mes en que éstas tenían lugar que, curiosamente, era el último del año. A este período se suman peculiaridades: es el mes que menos días tiene de todo el año; para los romanos estaba bajo la protección de Neptuno y era representado bajo la imagen de una mujer con túnica azul, ave acuática entre las manos y una urna sobre la cabeza de la cual salía agua en abundancia, para señalar el intervalo de las lluvias.

Si nos dirigimos a nuestras máximas populares, entre muchas referidas a este ciclo, una de ellas nos sentencia: «Febrero, un día malo y otro bueno». De ahí que el Consistorio viva este mes con intensidad. Por un lado, la municipalización de Limasa; por el otro, la idea de construir un macrohospital en los terrenos del Civil y sustituir al actual Carlos Haya. A ver qué depara el Consejo Social de la ciudad mañana. Expectación.