Nos ha dejado un paréntesis raro sobre una silla. Los paréntesis no se sientan, ya, pero están, en la frase y en la vida que se escribe a diario. A quienes desayunamos asiduamente en el Doña Mariquita, la malagueña cafetería situada en la plaza de Uncibay, nos ha dejado ante la extrañeza de su falta la muerte de Pepe París, durante años hermano mayor de la cofradía de El Cautivo, en Málaga, y propietario de la joyería La Suiza, otro de esos comercios con una mínima solera que aún resisten en el casco antiguo de la capital a no ser sustituido por una franquicia.

El hombre solía sentarse junto a sus dos amigos, a quienes he visto también desayunando esta mañana que escribo. Les he mirado dos o tres mesas más allá pero sin decirles nada, sin saber muy bien qué decirles que no fuera acercarles aún más a la nada, ambos sentados entre un paréntesis, ambos acompañados por el aún cálido fantasma de la costumbre de ser tres. Pero ahí estaban sólo los dos y apenas el soplo de quien estuvo. Apenas eso.

Hace unos días le pregunté a uno de ellos, al siempre atento y afectuoso Luis Reina, cómo estaba Pepe y me dijo, preocupado, que resistiendo en el hospital y que a ver a ver. No somos vikingos, no convivimos con la muerte a diario ni incluso nos alegramos al vernos morir porque al fin vamos a entrar en el Valhalla, aunque los creyentes de otras religiones, no sólo los cristianos, mantengan la esperanza de una vida eterna y otros paraísos. En este sur de Málaga convivimos con la vida de manera absoluta, por mucho que algunos, por edad y circunstancias, ya hayamos visitado el cementerio demasiadas veces y llorado a quienes se nos han ido de entre los nuestros.

Por eso nos resulta tan duro y tan extraño, además de por el afecto, que a un amigo, a un vecino, a Pepe, le diese un infarto hace tres semanas en la misma cafetería donde solemos desayunar, celebrando sin darnos cuenta con la tostada con aceite o los churros y el café que seguimos respirando, como si nunca nos fuera a tocar a nosotros. Pero también nos convertiremos en un paréntesis sin nosotros dentro. Porque los demás somos nosotros para los demás, y con las botas puestas y desayunando, o descalzos en la cama de casa o de un hospital, tarde o temprano dejaremos de estar, dejaremos de ser, nos convertiremos en apenas eso, en ese soplo de rutina visual para quienes nos saludaban, nos preguntaban cómo va la cosa o sólo se habían acostumbrado a la acogedora rutina de vernos desde la otra mesa desayunando también.

Quizá resulte una estupidez pretender echar de menos al torrencial Pepe París por sentir su falta en el Doña Mariquita, en paralelo al tremendo dolor que estarán pasando sus familiares y amigos íntimos, pero cada vez que algo así ocurre te hace pensártelo todo de nuevo, aunque su silla vacía sea lo que te conmueva mientras desayunas otra mañana más. Otra mañana menos.