Antes de llegar a Marte no sólo habrá que construir la máquina que nos lleve al planeta rojo, también habrá que comprobar si la máquina humana puede sobrevivir a este desembarco en la nueva frontera de la colonización. ¿Cuáles son los efectos que causará sobre nuestros cuerpos un viaje espacial de siete meses? Los gemelos Scott y Mark Kelly, ambos astronautas de la NASA, nos están ayudando a descubrirlo. Los hermanos Kelly tienen genomas casi idénticos y sus experiencias vitales son también muy semejantes. La diferencia principal estriba en que Scott pasó 340 días en el espacio entre 2015 y 2016 y Mark sólo estuvo 54 días, repartidos en cuatro misiones de la lanzadera espacial entre 2001 y 2011. La NASA los ha integrado en un experimento del que forman parte ocho astronautas más para tratar de verificar hasta qué punto los viajes espaciales trastocan el funcionamiento del cuerpo humano. Según acaba de publicar Nature, las largas estancias fuera de la Tierra ocasionan cambios genéticos en el hombre. Cambia nuestro ADN. Así se desprende de los resultados provisionales de los análisis comparativos efectuados a los Kelly. Por ejemplo, han constatado que los telómeros (los extremos de los cromosomas) de Scott -el que permaneció más tiempo en el espacio- crecieron más que los de Mark. Ocurrió exactamente lo contrario de lo que esperaban los investigadores, pues los telómeros de una persona que nunca haya salido al espacio suelen reducirse a lo largo de la vida. La finalidad de los telómeros es la estabilidad estructural de los cromosomas en las células eucariotas, la división celular y el tiempo de vida de las estirpes celulares. Su alargamiento, aunque no sea el caso de Scott Kelly, está relacionado con algunas patologías, añaden los investigadores. Los resultados son provisionales y la NASA aún no sabe decir qué significan exactamente estas modificaciones genéticas y cuáles son sus consecuencias. Lo que sí parece claro es que el fin último de la investigación es elegir a los astronautas genéticamente más aptos para convertirse en los primeros humanos que dejen huella en Marte. A esas alturas de la película, es posible que los humanos ya estemos incluso desarrollando organismos «alienígenas», con funciones que no están en la naturaleza, capaces por ejemplo de comer aceite y limpiar un vertido de petróleo o células que se instalen en tejidos u órganos concretos del ser humano y luego segreguen fármacos para regenerarlos. Ése es el sueño científico que persigue el biólogo Floyd Romesberg, del Scripps Research Institute, en EEUU, que ha conseguido a partir de la bacteria E.coli crear organismos estables semisintéticos. Si el ADN «natural» se consigue con la combinación de cuatro bases orgánicas -adenina, guanina, citosina y timina (A, G, C y T)-, este especialista ha incluido en estos organismos dos bases sintéticas más, que denomina X e Y, y ha logrado que esa bacteria se mantenga con vida. Dos nuevas letras con las que se amplía el alfabeto genético y abre la puerta al desarrollo de organismos que la naturaleza no crea, pero que ofrecen «posibilidades ilimitadas», afirma Romesberg.