A finales de mayo, un mes antes de las elecciones del 26-J del pasado año, a Pablo Iglesias le recomendaron hacer un esfuerzo para tener una cara más amable, sonreír sin esforzarse y eliminar el entrecejo de profesor cabreado. No consiguió los efectos deseados porque perdió un millón de votos, el gran fracaso de Pablo Iglesias. En la misma noche del 26-J se abrió la brecha en un partido que pretendía ser único, con un líder único, un pensamiento único y un objetivo único: hacer posible que la izquierda termine con la hegemonía de la derecha. Loable empeño, por otra parte, pero muy difícil de conseguir desde planteamientos tan radicales como propugna quien quiere ser líder único, o sea Pablo Iglesias (no diré nunca líder leninista, porque hay distancias). Recuerdo también que técnicos y especialistas en imagen le recomendaron al líder único evitar rictus de cabreo donde los dientes aparecieran como los de una hiena a punto de morder. Evita la crispación, le dijeron. Tampoco lo consiguió; es más, en la imagen de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en su sonada bronca en el Congreso de los Diputados, el líder único parece querer clavar sus caninos en la yugular de su contrincante y amigo. No es que Errejón sea una hermanita de la caridad, pero sabe cuidar más y mejor los modales. Pablo Iglesias, no. Tanto uno como otro han llevado a Podemos a una situación donde no hay vuelta atrás. Y si encima se le caen destacados dirigentes como Carolina Bescansa, Luis Alegre y Nacho Álvarez evidencia que la crisis es mucho más profunda de lo que parece. No parece que el partido que vaya a salir del congreso de Vistalegre sea partido de Gobierno.

Hubo un momento en el que la unidad de la izquierda fue posible, pero la jodió Pablo Iglesias. Y fue cuando después de las elecciones del 20-D de 2015 se proclamó vicepresidente de un nonato Gobierno en coalición con los socialistas, con definidas áreas que evidenciaban el ansia de poder y mando de Iglesias al querer controlar, nada menos, que los ministerios de Economía, Defensa (Para Julio Rodríguez, el exJEMAD de sus amores), Justicia e Interior (¿Para Monedero?) y controlar el CNI, la Televisión Pública, además del BOE; o sea, todo. Fue el primer error de Pablo Iglesias, su principal metedura de pata y evidenció cierto grado de infantilismo propio de quien sueña con tener no un caramelo sino toda una dulcería. Esta aparición dio el carpetazo a la unidad de izquierdas, con los socialistas alzados en armas.

¿Qué se puede hacer ahora?¿Qué puede diseñar Podemos en Vistalegre II para que la izquierda llegue al poder? Iglesias quiere y necesita un partido fuerte y controlado; capaz de intimidar y con fuerza para manejar la calle y controlar los conflictos sociales, con o sin el apoyo de los sindicatos mayoritarios y disponer de un apeadero en el Congreso de los Diputados y otras instituciones para hacerse oír como fieles guardianes de las esencias de la izquierda que huele a alcanfor. Pero en esencia, tanto Iglesias como Errejón, saben que Podemos no tiene apoyo electorales suficientes para «ganar al PP y gobernar España», en palabras de Iglesias. Con un 20% de los votos, techo electoral que le dan los especialistas, no se puede gobernar España. Por tanto, hay que buscar coaligarse, pero no lo tienen fácil.

El PSOE, el socialismo centrado, lejos de las estridencias y sensato, con capacidad de gobernar y ser alternativa del PP de Rajoy, nunca sellará un acuerdo de gobierno o de pacto con un Podemos liderado por Iglesias. Es el PSOE que quiere Susana Díaz. Otra cosa es que ganara Pedro Sánchez quien ya tiene dicho que la voz última de los pactos la tendría la militancia, sin hacer ascos a negociación futura con Podemos. Este es otro campo de juego donde deben imperar las ideas, las propuestas y no olvidar que en España siguen votando opciones de izquierdas cerca de los dos millones de votantes.