Es oportuno traer hoy a la memoria al malagueño más ilustre en la España del siglo XIX, cuando se cumplen 189 años de su nacimiento. Cánovas del Castillo nació el 8 de febrero de 1828, en una casa de la calle Nuño Gómez, hoy derruida. Paisaje desolador a causa de la incuria y el olvido ¡Ay, Casa-Museo! ¿ Cuándo se cumplirá el compromiso plenario municipal que aprobó el proyecto urbanístico hace cerca de diez años? Mas, no es propósito nuestro quedarnos en el lamento, sino propiciar un mayor conocimiento del personaje con ocasión de la conmemoración que celebramos.

Cuando Cánovas, ya instalado en Madrid, ejerció el periodismo, dedicó el espacio que le brindaba La Patria para publicar sus críticas teatrales. La llegada de Cánovas a la redacción del nuevo periódico se debió a su talento, claro está. Pero una suerte de padrinazgo le ayudó sobremanera. Joaquín F. Pacheco propietario y director - primer ministro del Gobierno dos años antes- de quien dijo el joven periodista que «fue para nosotros más que jefe un maestro, más que amigo un hermano», pensó en el malagueño, pariente de su amigo Serafín, para incorporarlo a su redacción y le dio la oportunidad de que se dedicase a la crítica teatral. El oficio de ser crítico de teatro le abriría muchas puertas. Sus artículos aparecerían en la primera página cada martes y su firma sería la ventana donde podría ser visto. Además, era muy atractivo mezclarse en el mundo del espectáculo por excelencia, el teatro, cuando aún no había cine, ni televisión, ni fútbol€ Con solo 20 años se le vería pululando por los teatros madrileños, unos para la aristocracia, la burguesía y la intelectualidad, y otros más dados a las clases populares. Todos, espacios de reunión social donde podía darse a conocer. Cánovas, además, era un gran aficionado el teatro y hasta hizo sus escarceos como autor teatral, aunque no llegó a representar su obra. Así lo cuenta su amigo Fernando Gos-Gayón en la necrológica que le dedicó tras su muerte: «En la tarde de un domingo, allá por 1847, nos reunimos Cánovas y yo para leernos mutuamente algunos trabajos literarios. Yo sometí a su censura algo que había compuesto; y él me leyó un drama que estaba escribiendo y que no había aún terminado». Aquel drama nonnato nunca llegó a la escena, quizás por miedo al fracaso y al reconocer que ese no era su género literario, su camino para triunfar.

La sección donde se publicaban las críticas teatrales de Cánovas en La Patria tenía el título genérico «Folletín», donde cabían, además del teatro, otros géneros literarios, poesías, novelas, cuentos o críticas literarias. Esta crítica teatral se mantuvo a lo largo del año 1849 hasta que Cánovas pasó a ocuparse de la dirección del periódico al año siguiente.

Leer las crónicas de las representaciones teatrales suponen un ejercicio práctico para el conocimiento del personaje. Cánovas se va definiendo en cada una de ellas. Unas veces habla de la censura, otras de la prensa periódica. En ocasiones dedica palabras al amor, lo mismo que hace con la religión. No podía faltar en sus comentarios la presencia de la mujer y ésta relacionada con el mundo de la literatura. Y la propiedad privada es un tema recurrente como base de la convivencia en la sociedad. Porque Cánovas no se limita a criticar la obras teatrales que ve, sino que aprovecha la oportunidad de escribir sobre ellas para deslizar sus propias opiniones en cuestiones que le preocupan. Además, cada crítica sirve para dar consejos y hacer observaciones a cuantos intervienen en el universo teatral: a los directores de las compañías, a los autores, a los empresarios, a los actores y hasta a los apuntadores. Para todos tiene palabras sancionadoras de sus funciones, situándose por encima de todos ellos como mejor conocedor de lo que cada uno debe hacer. Digamos que se empodera del quehacer teatral hasta el extremo de que parece saber más que nadie del asunto. Ya en su primer artículo aparecido en el número uno de La Patria de 1 de enero de 1849 (tenía aún 20 años, próximo a los 21) asume la responsabilidad que va a desempeñar: «la crítica imparcial y concienzuda que nos proponemos hacer de escritores y comediantes». Ser crítico de teatro, para él equivale a poner remedio a los males que aquejaban al mundo del teatro. «Escasa anda de interés nuestra escena», decía en sus primeras críticas, aplicándole términos despectivos, «cansada y lánguida», (la escena), «si la cantidad no es mucha, la calidad puede irse por los alcances», es decir, fuera del sentido recto. Estos artículos, más las críticas literarias, cuento y poesías, dan materia extensa para situar el pensamiento de Cánovas en la escala de valores que imperaban en aquel siglo y que con los años se fueron afianzando unos y transformando otros, modulándose y acomodándose a las exigencias de los nuevos tiempos. De ahí la importancia de conocer aquella etapa de la vida de Cánovas, tan desconocida por biógrafos e historiadores y la necesidad de crear un Centro de Estudios Canovistas en su Casa-Museo.

* Luciano González Ossorio es periodista. Doctor por la UMA