Una vez un crítico dijo que un texto tenía prosa garbancera. El escritor aludido terminó de leerlo y se fue a almorzar un cocido. Bien de garbanzos, le dijo al camarero. Se lo comió y volvió a su escritorio. Empezó a escribir. Le salió una morcilla, o sea, una digresión, un algo no previsto. Insistió. Y le salió un chorizo, o sea, un escrito largo, muy largo.

Acabaron por salirle patatas, es decir, refranes, zanahoria, que es prosa de conejos, y hasta berzas y caldo. A este paso, pensó, me va a pasar como en aquel chiste de Paco Gandía, en el que termina uno gritando: niñoooo, a ver si echas ya los garbanzos. Pero los garbanzos no salían. Cambió de ordenador. Tecleó un comienzo glorioso y negro, un algo así como «El día en el que Justo Barbieri asesinó al amante de su mujer, todos los relojes de la ciudad quedaron parados en las 12.17. Sólo un hombre sabía qué hacer para que volvieran a andar. Pero también Barbieri quería matarlo».

Seguía sin ver los garbanzos por ninguna parte. Y tenía ya, claro, una imperiosa necesidad de ir al baño. Me queda poco para echar los garbanzos al texto, pensó. Pero si iba al baño se iban a ir por el desagüe para siempre. Continuó escribiendo y al fin vio, leyó, algo propio y garbancero. Era una frase descomunalmente rotunda, de mucho pontificar, acerca de un asunto de singular enjundia, y algo malsonante, que contenía un insulto. Claro, después de escribir semejante cosa sólo le quedó eructar. Fue un eructo espontáneo y largo. Un regüeldo, que escribiría un cursi culto. Y no un eructo, que es lo que escribiría, en efecto, un garbancero o garbancista.

Llamó al crítico y le dijo que tomar prosa garbancera una o dos veces a la semana es muy saludable, pues es prosa con fibra y no prosa industrial o prosa con colesterol o prosa poética, que lleva tanto almíbar que te pones como una foca. Una foca leída pero una foca. El crítico estaba trabajando en un biopic sobre Garbancito y lo atendió con mucha prisa. Gente que trabaja con prosa y va con prisa. O lo que es peor, van cocidos. Así son algunos críticos, así son también algunos que escriben, a los que a veces, les sale un puerro. Pero no un garbanzo. Y si sale pues lo estrujan y se preparan un humus. La prosa humus está no obstante más trabajada. No en vano, tienes que machacar los garbanzos. Debes añadirle luego un chorreoncito de aceite de oliva. Pero no mucho, que te conviertes en escritor, o crítico, pringoso.