Podemos está inmerso en un debate político que marcará tanto el futuro de nuestra organización como, inevitablemente, la próxima década de nuestro país. De cómo lo resolvamos dependerá en buena medida que la brecha abierta en estos tres años se ensanche, alumbrando la posibilidad de un gobierno de Podemos en el corto o medio plazo. O que por el contrario se constriña, limitando seriamente nuestras opciones por mucho tiempo. En medio de ese debate se ha instaurado una extraña dicotomía entre calles e instituciones; términos que dibujan una línea divisoria entre radicales y moderados o rupturistas y reformistas. Un debate que consideramos falso y forzado pues nadie en Podemos (ni en el resto de fuerzas del cambio que decidimos organizarnos y apostar por el asalto electoral) puede minusvalorar el decisivo papel que han de jugar los movimientos y colectivos sociales ?con los que hay que trabajar codo con codo, respetando su autonomía? ni pensar tampoco que las instituciones son espacios inservibles a la hora de llevar a cabo los procesos de transformación que demanda la gente. Fue precisamente la necesidad de pasar de las calles y las plazas a los ayuntamientos y parlamentos una de las más claras lecciones que nos dejó ese momento (transversal, ciudadano y popular) bautizado como 15-M.

Sí es cierto que se dan diferentes enfoques acerca de cuál debe ser la relación con la institución. Algunos consideran que esta desactiva cualquier intento serio de sacar adelante iniciativas con capacidad de mejorar de verdad la vida de la gente, encapsulando en una suerte de burbuja a nuestras y nuestros representantes, a quienes no les queda más remedio que domesticarse o, en el mejor de los casos, estrellarse una y otra vez contra endemoniados marcos normativos y una asfixiante burocracia paralizadora. Otros entendemos que sin un buen trabajo en la institución (por toda la carga simbólica, mediática y legitimadora que encierra, sin contar la propia gestión), los avances producidos en estos últimos meses podrían diluirse, obligándonos a ceder las posiciones que tanto nos costó ganar.

Precisamente por todo lo anterior, resulta evidente que no basta con estar en la institución y hacer allí una labor seria y rigurosa. Debemos transformarla. Quienes nos relacionamos directa o indirectamente con los ayuntamientos, diputaciones, parlamentos autonómicos o las Cortes (en nuestra condición de cargos públicos, asesores, funcionarios, militantes, activistas o meros ciudadanos) sabemos que esta se encuentra diseñada para autoprotegerse, estableciendo toda una serie de dinámicas que dificultan nuestra labor tanto en el corto como en el largo plazo. Solemos afirmar que una de las tareas “moradas” de Podemos es adelantar el país (plurinacional, diverso, feminista, justo y democrático) que queremos. Sin embargo, esta idea, la de transformar la institución, que entendemos de sentido común, apenas se ha debatido, o se ha hecho de una forma muy tangencial. Por eso, con Vistalegre II llamando insistentemente a las puertas, pensamos que al tiempo que discutimos sobre qué tipo de modelo productivo necesitamos, cómo podemos luchar contra la precariedad laboral, la desigualdad, la violencia machista, la corrupción, etc., debemos empezar a imaginar las instituciones que queremos. Dicho de otro modo, hay que fijar cuáles son las mejores reglas y espacios que permitan alumbrar el mejor país posible.

Esto pasa necesariamente por abrir el candado de la Constitución del 78, que una amplia mayoría de la ciudadanía considera obsoleta e insuficiente, para afrontar, sin complejos y conscientes de las dificultades, el diseño de una nueva carta magna para un nuevo país. Sólo esto ya merece un profundo debate: ¿lo hacemos a través de un proceso constituyente que suponga un verdadero punto de partida? ¿O quizá a través de medidas incrementalistas y de reformas parciales nacidas de grandes acuerdos políticos que a día de hoy se antojan extremadamente complicados? A partir de ahí podemos empezar por cuestionar el propio modelo, esto es, si queremos una constitución rígida y minuciosa, o si por el contrario, apostamos por un diseño más flexible construido en torno a unos pocos pero grandes principios.

Cómo se defenderán los derechos económicos, sociales y medioambientales en la misma, cuál debe ser la relación del ejecutivo y el legislativo con el poder judicial, cómo damos cabida a nuestra realidad plurinacional o qué hacemos con la jefatura del Estado son cuestiones que surgirán y para las que debemos ofrecer respuestas concretas. Pero también, pensando en la mejor forma de aportar soluciones a los problemas del día a día, debemos dilucidar, por ejemplo, qué hacemos con las diputaciones, cómo reconocemos la autonomía local, si apostamos por convertir al Senado en una verdadera cámara de representación territorial o prescindimos de esta cámara, e igualmente cómo avanzamos para que las tibias concesiones a la democracia directa o participativa que nuestro actual texto contempla se amplíen y adapten a la realidad y las necesidades de la España del siglo XXI.

La lista de materias, aquí apenas insinuada, es extensa, pero antes que tarde debemos afrontarlas como partido y como pueblo. Poner estos debates encima de la mesa a la vez que exploramos todas las posibilidades que el actual marco institucional nos brinda para conquistar victorias en beneficio de gente en el mientras tanto, es volver a recuperar la iniciativa, asumir que debemos ser ya una fuerza dirigente antes que gobernante. Es obligar al resto de partidos a pensar y pensarse respecto a nosotros. Solo adelantando los debates, los problemas y sus soluciones, y no limitándonos a ser la voz del descontento, podremos recuperar para la gente unas instituciones secuestradas por los intereses de unos pocos.

Decía Carlos Fernández Liria en su libro En defensa del populismo que “Lo nuevo no es estar en la calle, eso ya lo habíamos probado y lo vamos a seguir probando, por la cuenta que nos trae. Lo que sí que es una novedad es tener diputados, concejales y alcaldes en las instituciones. Eso no lo habíamos ensayado demasiado”. Aprovechemos a fondo que las puertas siguen abiertas, que las posibilidades permanecen intactas para renovar nuestra certidumbre de que lo verdaderamente radical y por lo que nacimos -y tomamos aquí prestadas unas palabras a Ada Colau- “es la profundización democrática o la consecución de una democracia real y no solo formal”.

*José María Matas, politólogo y candidato al CCE por 'Recuperar la ilusión' y Cristian Gracia Palomo, politólogo