Recuerdo perfectamente aquel momento en la primavera de 1974. Participaba en Estados Unidos en un curso para gestores de hoteles internacionales en Statler Hall, la Escuela de Administración de Hoteles de la Universidad de Cornell. Fueron unos días de los que no se olvidan en aquel campus modélico, en una de las más prestigiosas universidades norteamericanas. Muy cerca de un lugar estupendo: la pequeña ciudad de Ithaca, en el centro del estado de Nueva York. El decano, el Dean Robert A. Beck, me llamó una mañana a su despacho. Allí me esperaban otros miembros de la facultad, entre ellos mi buen amigo y maestro, el profesor de Economía y Marketing William H. Kaven.

Regreso hoy con gratitud a las lineas que leí entonces en el diploma que en nombre de la escuela me entregó el Dean Beck: «Por la presente certificamos que Rafael de la Fuente ha servido a la Escuela de Administración de Hoteles de la Universidad de Cornell como Profesor Invitado. Hacemos constar el alto aprecio de la Escuela y sus estudiantes por su interés, sus esfuerzos y su ayuda». Llevaba la firma de Robert A. Beck.

En la España durísima de los años cuarenta, la lucha por la supervivencia no dejaba mucho espacio para los sueños, la mayoría imposibles, como poder ir un día a la universidad. Para aquel modesto y entonces muy joven profesional hotelero de 33 años, el recibir esa distinción en la escuela hotelera de una de las universidades más importantes del mundo y de las manos de un gran hombre como Robert Beck, era algo que hasta el día de hoy me da vértigo. Aquel maestro, al que la industria turística debe tanto, había sido un joven soldado en aquella Segunda Guerra Mundial en la que los norteamericanos lucharon para liberar a Europa y a Asia del fascismo. Robert Beck participó, como teniente de artillería, en el desembarco de Normandía. En las ensangrentadas arenas de Utah Beach pisó la tierra de una Francia que anhelaba su libertad. La madrugada del 6 de junio de 1944. Cumplió su deber con heroísmo y honor. Perdió una pierna en la batalla. Recibió tres condecoraciones norteamericanas por destacados méritos de guerra, entre ellas el Purple Heart. Me honra su firma en ese inmensamente generoso documento. Desde abril de 2003, con la jubilación muy cercana, firmo siempre como profesor invitado de la universidad de Cornell todos mis artículos sobre turismo en la prestigiosa revista !Andalucía Única!.

También recuerdo que aquella estancia en Estados Unidos coincidió con el escándalo político del Watergate, el que obligó al entonces presidente Richard Nixon a dimitir en agosto de 1974. Recuerdo que muchos americanos entonces se preguntaban si un político con experiencia, brillante y astuto, pero amoral, podría ser un buen presidente. La respuesta era casi siempre negativa. Ahora parece que de nuevo no pocos americanos se hacen aquella misma pregunta. Por cierto. Cuando el juez federal James Robart bloqueó hace unos pocos días la orden ejecutiva del presidente Trump en materia de inmigración, sabía perfectamente a lo que se enfrentaba. Soportando con buen temple una serie de insinuaciones que probablemente podrían rozar el desacato, el insulto y la amenaza. No le tembló entonces el pulso ni el ánimo a Su Señoría. Para muchos de los que hasta ahora hemos admirado a América fue un gran día y un buen momento. Siempre se lo agradeceremos al juez James Robart y al sistema de controles al poder ejecutivo y equilibrios que establece la Constitución de los Estados Unidos de América. Como en 1974, cuando los tribunales de justicia norteamericanos nos recordaron que hay en este planeta naciones donde ningún líder ni ningún magnate puede ni debe situarse por encima de la Ley.