El deseo es la intuición del placer. No hay conciencia que escape a su tentación. Pocas palabras te invitan a entrar dentro de lo que significan y prometen como lo hace este término, sin el que la vida no vibra ni entiende el vértigo. Así que adentrarse en una exposición titulada 1.000 m2 de deseo es una aventura de intimidad y conocimiento, abierta hasta el 19 de marzo, a la que es muy difícil resistirse. Más aún si la oferta el CCBB. Ese Centro Cultural de Barcelona con 23 años de éxito y educación cultural del que no se sale igual que se entra. Lo mismo da que la propuesta sea El laberinto como construcción cultural, diseñada por Óscar Tusquets y que nos habla de la condición humana: existen infinitas situaciones en las que el fácil entrar pero de las que es difícil salir, que de +Humanos con la que Catherine Kramer propone una reflexión sobre ciborgs, clones y qué significa ser humano mañana. Lo importante es la indagación en el tema que plantea, las diferentes perspectivas del enfoque, los interrogantes que abren en la mente del visitante, y cómo cada exposición se relaciona en una red cultural que enriquece las conexiones entre pasado y futuro, entre sensibilidad y conocimiento. Un buen ejemplo es como máquinas, seres virtuales e innovación tecnológica y el laberinto tienen una estrecha relación con la construcción del deseo y nuestra disponibilidad hacia el consumo de su experiencia. Por ese motivo, Adélaïde de Caters y Rosa Ferré han organizado sus 1.000m2 en un recorrido documentado y lúdico desde los espacios imaginados para el sexo en la sociedad occidental desde el siglo XVIII, en el que nació el concepto de intimidad, hasta los apps para practicar cibersexo donde tienen mucho protagonismo los espacios circulares, los refugios secretos, la estimulación de las ondas alfa y la reerotización artificial del hombre con respecto a su entorno.

El deseo exige que nos adentremos en su concepto y en sus estrategias sin prisas ni prejuicios culturales e ideológicos, sabiendo de antemano que el deseo posee un antifaz reversible en su doble papel de verdugo y de víctima. Y que conocer sus ámbitos, sus ficciones estéticas, sus transgresiones y sugerencias requieren que nos entreguemos con una sonrisa y un participativo espíritu juguetón. Es imprescindible para disfrutar en su valor y en su medida esta fascinante exposición de 250 piezas, desde maquetas, libros, videos, fotografías a instalaciones, que explican cómo la arquitectura ha contribuido a la estimulación del deseo, y a la creación de estereotipos, mayoritariamente patriarcales, y de utopías sexuales.

«Lo que un gobierno no se atreve a hacer lo afronta el arquitecto». Toda una declaración de principios de Claude-Nicolás Ledoux que explica perfectamente el papel de la arquitectura como diseño físico del espacio, como atmósfera de nuestras fantasías, y que él proyectó en su templo del placer para su ciudad ideal Saline de Chaux, además de ser el precursor de los falansterios de Charles Fourier con voluntarios del sexo con ancianos y personas impedidas o marcadas.Ninguno de los dos alcanzó la notoriedad de la utopía sexual del Marqués de Sade, al que la exposición le dedica uno de sus rincones escenográficos -ideado como decorado de ópera y que obligan al espectador a penetrar en su interior y detenerse a disfrutarlo en su intimidad- en el que se aborda su pasión por la arquitectura. Antecedentes ambas ideas de la Villa Cybernétique diseñada por Nicolas Schöffer como un centro de entrenamientos sexuales con esculturas cinéticas, luces, sonidos y olores que harán latir las pulsaciones, y en cuya recreación los visitantes se fotografían como reflejos en sombra de bailarines, de atletas y siluetas desnudas y anudadas a la desmitificación del deseo.

Dos de los divertimentos de esta exposición son esa experimentación de los objetos abiertos a la curiosidad y el cruce de las edades de la sonrisa y de la mirada alrededor de las piezas y a lo largo de itinerario por maquetas de subalternos refugios del amor; habitaciones clandestinas para leer a Choderlos de Laclos; casas con emboscadas de atmósferas para encender el deseo; pantallas televisivas con escenas de sensualidad; apartamentos de la revista Playboy para el perfecto seductor proyectados en películas Bond como Diamantes para la eternidad; y la sala x de los 70 en la que la Garganta profunda, de Gerard Damiano y la actriz Linda Lovelace, inauguró el porno como espectáculo de masas, al que la mujer también estaba invitada. No me olvido de la cápsula Ogrón del psicoanalista Wilhem Reich para recargar la energía sexual y a la que unos pocos visitantes se atreven a entrar ante la insinuante expectación de los demás. Tampoco faltan las promociones de esos sistemas sociales ritualizados para el goce del deseo que engloban parajes exóticos para lunas de miel y turismo sexual, resorts de lujo, saunas y clubs de carretera. En todos se puede imaginar una cama redonda giratoria y tecnificada, como la recreada a tamaño natural, de Hugh Hefner, propietario de Playboy y en la que pasaba las 24 horas del día en batín, trabajando, comiendo y disfrutando de su particular harem.

1.000m2 del deseo de la seducción del XVII hasta el deseo del siglo XXI al que el narcisismo de internet, que funciona como una máquina masturbadora, ha transformado en el deseo de los otros. Un augurio de soledad sexual de la que tal vez nos salve de insospechada manera el artefacto orgásmico Nooscaphe X1 Cybersex con la que el artista Yann Minh busca el éxtasis telepático. Sólo falta y es comprensible, porque se aleja del vínculo con arquitectura y sexualidad, la cara oscura del deseo. Porque el deseo es el apetito de una emoción que no razona y a veces consigue destruir. Sucede este veneno negro como excelente ejemplo en la historia de Medea, a cuya relectura Aitana Sánchez-Gijón le ha regalado su talento, su pasión escénica y su desgarro en el broche de lujo del Festival de Teatro de Málaga. Magnifica, inolvidable su interpretación de la policromía del amor, de la ira y del dolor, de la metamorfosis del deseo en venganza. Intensa, en trance, austera, abierta en canal, desprendida del tiempo que devora con un juego de voces en torno a la locura y a la pasión, y en hermosa madurez Aitana Sánchez Gijón, la nueva Nuria Espert de las Medeas del teatro y de cualquier historia de mujer sobre las que no dudamos de que volverá a dar otra hipnótica y rica lección de teatro. Perfectamente podría estar recogida en una pantalla del recorrido expositivo su construcción sobre como desear es más inmediato, querer es más profundo, y como sus combustiones si son insatisfechas o traicionadas pueden traducirse en la pulsión más oscura del placer en fango.

No se sale igual después de ver una buena obra de teatro interpretada. Ni tampoco cuando uno se despide del viaje con penumbras en rojo del viaje a través del motor del deseo y sus mecanismos. Lo mismo que si la oferta del CCB indaga en el luto social e individual, y en las formas de tratar los traumas profundos causados por el 11S de Nueva York, comisariada por el fotógrafo Francesc Torres; que si es una exploración de las fronteras que expresan la contradicción de un mundo entre la hipercomunicación y las fracturas profundas; una reflexión en torno a los cambios de la cultura del trabajo propuesta por Josep Ramoneda o acerca de la ciudad contemporánea. Exposiciones acompañadas de ciclos de conferencias, proyección de películas y venta de libros acerca del tema.

Lo cierto es que siempre que voy a Barcelona satisfago el deseo de acercarme al CCBB para disfrutar de la cultura como estética de la inteligencia, y una forma lúdica de preguntarnos cómo la pensamos e interpretamos. Un disfrute y un enriquecimiento del lenguaje sobre lo que somos.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es