La vida, en esencia, es solo tiempo. Sin tiempo, la vida deja de ser vida y se apaga, y a saber qué es lo que queda, si queda algo... Sin embargo, a pesar de la aparente tautología, nos pasamos la vida sin mirar al tiempo directamente a los ojos. Un minuto parece no ser nada, nadie le prestamos atención a un minuto, hasta que nos falta, y siempre perdemos algo. Mientras miramos al relámpago o escuchamos al trueno, su tiempo de ellos se va yendo, hasta dejar de existir. Las presencias y las ausencias, también son tiempo, en esencia, tiempo largo o ancho o viceversa o todo a la vez o simplemente nada. Sin tiempo, nada es pensable. Ni los afectos son pensables sin tiempo.

Benedetti, justificando el título de su poema Tiempo sin tiempo, confesó que él precisaba el tiempo que otros dejaban abandonado cuando les sobraba o cuando ya no sabían qué hacer con él. Y lo hizo a modo de grito, porque, cuando la consciencia identifica sus necesidades, a veces, grita. Ser custodio consciente del presente es una gracia divina. Seguro que don Mario, aún hoy, agradecería todos los quince minutos de tiempo que a tantos les sobran o no saben qué hacer con ellos. El mundo actual es una ciclópea plantación de buhoneros mercachifles del tiempo, que crece y crece... Pero no todos somos así.

Don Mariano y don Donald han dado fe de ello. Quince minutos bien invertidos y aprovechados. Ni un attosegundo desperdiciado, ni perdido por no saber qué hacer con él. Pocas veces la historia reciente ha vivido quince minutos de más enjundiosa trascendencia que los que ocuparon las dos conversaciones mantenidas entre don Mariano y don Donald. Digo dos conversaciones, porque así hubo de ser, a tenor del variopinto contenido de los comunicados oficiales del Palacio de la Moncloa y de la Casa Blanca. Estos quince minutos quedarán en los anales de la historia como una demostración fehaciente del pensamiento aristotélico que sentencia que la excelencia no es un hecho, sino el resultado de un hábito y de un talante mantenido, que, más que descubrir lo que hacemos, descubre lo que somos.

Me imagino aquel día de autos, en el Palacio de la Moncloa, a don Mariano, a su traductor y a dos traductores suplentes, por si acaso un retortijón, o algo. En la Casa Blanca, a don Donald y a un traductor de los Navy SEAL, ataviado con su equipo de combate, just in case. A don Mariano, hombre educado como es, lo imagino saludando a don Donald en tempo larghissimo y tono y compás agallegados:

-Buenas tardes desde España, buenos días para usted, señor presidente. Le reitero mi más efusiva felicitación por su «trumphio» en las pasadas elecciones presidenciales. ¿Ha pillado lo de «trumphio», presidente? Je, je, je..., como verá, el que le habla es un santiagués discretiño, pero con un remarcable humor anfibológico... Señor presidente de todos los presidentes del universo, me congratula que sea su energía ejecutiva la que ocupa el despacho oval. Estoy absolutamente seguro de que usted se ocupará de cuadrarlo con toda urgencia, porque -ambos lo sabemos-, no es un despacho sin esquinas lo que requiere la delicada situación del planeta tierra que usted ha venido a salvar, porque Dios, solo, no lo consigue.

Tras los diez minutos de don Mariano y su traductor, imagino a don Donald interviniendo arrebatadamente, con el ceño fruncido colaborando para que su pintoresco y picassiano flequillo mantuviera su extravagante compostura:

-Roger, Mr. President. It´ll only take me a minute. Please, take note: Los EEUU esperan de España una importante implicación económica en todos los sentidos. Mucho te quiero perrito, pero pan poquito, es una gilipollez europea, antieconómica para los EEUU. ¡Ameruica ferst..! ¿Lo pilla, presidente? ¿Sí? Pues, hala, cuénteselo a sus amigos y dígales que esto es lo que hay... Out.

De los quince minutos, los cuatro últimos debieron ser los más importantes para España, a tenor del comunicado de La Moncloa, nada coincidente con el de la Casa Blanca.

No puede imaginarse, generoso lector, la rotunda insistencia con la que los quince minutos de marras me recordaron a todos los quince minutos que nuestros sucesivos responsables institucionales turísticos malgastaron y malgastan chafardeando sobre la estacionalidad turística, travistiéndola deliberadamente de imposible posverdad.

¡Con lo mucho que habría podido hacer don Mario con ellos, tú...!