Algunos vimos la intercesión de la Divina Providencia. La que nos trajo a mi pueblo, Marbella, un párroco aparentemente severo y al mismo tiempo justo y generosamente humano, dadivoso en sabidurías y bondades, para hacerse cargo de la Iglesia de la Encarnación. Recuerdo la llegada de aquel recio y civilizado sacerdote, nacido en Pamplona en 1929. Le acompañaba la buena fama de ser un eclesiástico ejemplar, además de su reputación de haber sido un agudo y culto periodista y un escritor brillante. Había tenido buena escuela don Francisco Echamendi Aristu en su etapa en el Consejo Editorial del prestigioso diario Ya. Tampoco pasó desapercibida la brillantez de su labor como secretario del que fuera un notable príncipe de la Iglesia, el Cardenal Herrera Oria.

La llegada de este cura navarro a Marbella fue en 1975. Un año de transición social y política que anunciaba cambios importantes para España. No tardó mucho don Francisco Echamendi en ganarse el respeto y el cariño de los marbellíes. Tanto de los creyentes como de los que no lo eran. Trabajaba yo entonces en el Hotel Los Monteros, una de las empresas con solera de la ciudad. La primera vez que hablé con él me sentí muy humilde. En aquel hombre, que podría estar cercano a lo que sentimos es la santidad, se percibía una fibra moral y una ejemplaridad de las que nunca nos dejan indiferentes.

Se retiró don Francisco en 2007. Yo me había jubilado un año antes. Le pedí que me perdonara por haberme adelantado. Le conté una vez la anécdota de aquel estudiante de un país oriental que caminaba siempre detrás de su profesor. Cuando le preguntaron, dijo que no era digno de pisar la sombra de su maestro. Sonreía don Francisco, regañándome con su inagotable buen humor. Podríamos decir que don Francisco Echamendi Aristu merecidamente habrá entrado en el Reino de los Cielos. Fue el pasado día 1 de febrero. Según me dicen, a las siete de la mañana.

Estaba yo en esas fechas fuera de Marbella. Tampoco pude, por ese motivo, asistir a su funeral en la Iglesia de la Encarnación, el día siguiente. Me causó esa ausencia un profundo pesar. Que la Divina Providencia ha aliviado de una forma tan generosa como emocionante. Gracias a la Asociación de los Amigos de la Música de Marbella y a su presidenta, doña Yolanda Galeras, el pasado sábado 11 de febrero se celebró en el Palacio de Congresos de la ciudad un espléndido concierto en honor de don Francisco Echamendi. Pocos homenajes hubieran llenado de tanto gozo el corazón del bueno de don Francisco. Los setenta jóvenes músicos de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Málaga, con la batuta de su director, Martín Jaime, rozaron el cielo. Nunca mejor dicho. De la mano de Jean Sibelius («Finlandia») y de nuestro Falla («El sombrero de tres picos») estuvieron sublimes.

Creo que se puede afirmar que a don Francisco Echamendi, como Vicario Episcopal en la Costa del Sol Occidental, pocas cosas le preocupaban mas que la formación de las nuevas generaciones. Y esos setenta admirables jóvenes maestros nos emocionaron con su arte y su talento a los que asistimos a ese concierto inolvidable. Porque nos recordaron en aquella lluviosa pero nunca melancólica tarde marbellí algo muy importante: que un mundo mejor siempre deberá ser posible.