Amables lectores de mi crónica semanal de los viernes, cuando una persona que acaba de cumplir setenta y cinco años, como yo, se pasa el día contenta y creativa, algo le pasa en «la cocorota».

Sí, pero lo peor de todo es que, cuando me veo reflejada en el espejo cada mañana me saludo y me cuento lo sucedido en las ultimas veinticuatro horas.

Mi médico de cabecera, desde hace veinte años, me dice que soy una persona muy afortunada por tener una imaginación tan estupenda que me evita caer en depresiones y otras penitas que no me dejarían vivir como es debido. ¡Qué bien, y una quejándose de su suerte desde que se levanta! No debemos tener duda de que «el conocimiento» siempre nos hace ser felices. O eso dicen los «maestros» que me rodean.

Creo que casi todos mis lectores saben que yo fui una estudiante «madurita». Me explico: accedí a la universidad, habiendo estudiado, en mi niñez, sólo cuarto y reválida.

Un día, con cuarenta y muchos años, decidí acceder a una carrera por el método de un examen a los mayores de veinticinco años. Y de esta forma fui arqueóloga medievalista.

Por eso, a mis nietos les doy sermones para que no desaprovechen los preciosos años que tienen y estudien ahora que de «mayor» es mucho más fuerte, sobre todo porque a los profes no les hace ninguna gracia tener alumnos con la edad de sus madres a las que les da «fatiga» darles un sermón de vez en cuando.

Mis nietos mayores me piden que les cuente mis aventuras de «Indiana Jones». Y,¿qué no haría una abuela por contentar a sus nietos? Saludos a todos.