La paleontología sigue aportando novedades interesantes. Tener hijos en edad escolar permite acceder a los hallazgos y teorías más recientes que suelen protagonizar los contenidos de sus libros y revistas preferidos. Me fascina pensar, por ejemplo, que los dinosaurios no se extinguieron y habitan aún entre nosotros; en un artículo de una de estas publicaciones juveniles leí que las aves no serían más que los descendientes revestidos de plumas de los grandes lagartos de antaño. ¿Quién iba a pensar que la estirpe de ese gorrión que merodea mi terraza se remonta a los grandes reptiles del cretácico?

Las ilustraciones me desconciertan igualmente. Sin ir más lejos, el tiranosaurio que veo hoy dista mucho de los que aparecían en mis libros ilustrados infantiles. Resulta que el tremendo predador no caminaba con la cabeza erguida y arrastrando la cola, como se creía hasta hace poco, sino con toda la columna paralela al suelo para desplazarse de una forma mucho más equilibrada y eficaz. Y que era más carroñero que cazador. Ya ven, la realidad se impone frente a lo que se venía aceptando comúnmente.

A diferencia de la paleontología, que estudia los fósiles, la historia es la ciencia que estudia el pasado de la humanidad. El presente es, pues, materia susceptible de convertirse en historia en el futuro. La última perla -por el momento- del presidente Trump ha sido declarar que «la prensa está fuera de control». Las implicaciones que tiene esta frase dan miedito. Habrá que ver cómo se escribe esta historia.

Pero disculpen, hablábamos de tiranosaurios. Me he ido por las ramas. O no.