Tres de los congresos de los cuatro partidos ya se han celebrado. El de Ciudadanos acabó como empezó, con una noticia buena y otra mala. La buena es que Albert Rivera es un líder poco discutido que va amueblando su partido. Más liberalismo para ganar competitividad en el centro-derecha y empujón a Inés Arrimadas -nueva portavoz- para darle más notoriedad ante las elecciones catalanas y robar allí votos al PP. La mala es que es una bisagra coja porque la suma de PP y C´s reconforta a Rajoy pero no da la mayoría, no le sirve para gobernar. Paciencia pues y buena letra. ¿Hasta cuándo?

En el del PP Rajoy entró y salió como el gran ganador. Ha pasado un largo calvario pero al final ha sido reelegido. Y pese a presidir un gobierno en minoría ha mostrado capacidad de adaptación. La oposición interior -que nunca fue gran cosa- ya no existe y Rajoy reina, y gobierna, rodeado de tres mujeres aplicadas -la vicepresidenta Soraya en el Gobierno, Dolores de Cospedal, confirmada secretaria general del PP pero recortada por Maíllo, y Cristina Cifuentes, una Esperanza Aguirre más adaptada a los tiempos- y un varón, Alberto Núñez Feijóo, que sabe que su futuro pasa ahora por salir poco de Galicia. Porque Rajoy insinúa perpetuarse indefinidamente, aunque eso es lo que debe decir -y lo inteligente- para que las aspirantes a la sucesión no se despellejen entre sí y desestabilicen.

El telón de fondo es que la economía ha crecido casi el doble que la media europea y que se ha creado empleo por tercer año consecutivo. Pero no todos los nubarrones han desaparecido. ¿Aznar? Está ahí pero tan fuera de contexto que, por el momento, Rajoy se permitió darle el mismo tratamiento que a Fraga, el de alguien que fue muy relevante pero que ya no está en el reino de los vivos.

Más preocupante es la corrupción. Rajoy alabó a Rita Barberá pero Francisco Correa -el de la boda de la hija de Aznar que Rajoy fulminó de Génova pero toleró que emigrara a Valencia- ha sido condenado a 13 años y ha entrado en prisión. Y el asunto Bárcenas sigue vivo y puede rebrotar. Pero Rajoy cree -con cierto fundamento- que los españoles, sin alegría, le han indultado al darle más votos que a nadie en dos elecciones consecutivas. Pero€

Rajoy tiene dos grandes preocupaciones. La primera, la ola de populismo que recorre Europa y amenaza con desestabilizarla. La segunda, que no tiene mayoría. A mal tiempo, buena cara. Rajoy admite que hay un mandato para el diálogo que obliga a pactar y a hacer cesiones al PSOE que -en situación inestable a medio plazo- a corto tiene una posición de privilegio ya que puede ser, a días alternos, oposición que ataca y bisagra que ayuda. El gran desafío son los presupuestos, no los del 2017, que con el techo de gasto aprobado le permiten ir tirando, sino los del 2018, cuyo techo de gasto debería estar aprobado a finales de junio.

¿Qué hará el PSOE? Él no lo sabe. Ellos, tampoco. Debe contemporizar porque son la bisagra imprescindible pero puede tener que ir a nuevas elecciones. Y si de Europa viene granizo, el PSOE puede responsabilizarle. Como él hizo con Zapatero.

Algunos observadores dicen que el pasado fin de semana Rajoy ganó dos congresos, el suyo con "cum laude" y el de Podemos. Pablo Iglesias mandará sin discusión pese al 33% de Errejón. Y la victoria de Iglesias tiene para el PP dos ventajas. Cohesiona y moviliza al electorado conservador y asusta al de centro y centro-izquierda, al que incita a refugiarse en el voto de orden. Y con el pablismo es muy difícil cualquier entente con el PSOE, gane quien gane las primarias socialistas. Una garantía de desunión de la izquierda.

Rajoy ha ganado, la economía va y tiene aguante y suerte€ pero el PSOE es decisivo. Y ni los socialistas saben bien lo que les conviene y deben hacer.