Encerronados en una sala con mesa de juntas marrón el director de estudios dijo a su padre y a su madre que el niño era un enfermo mental. Mientras el victorioso sujeto sudaba como una primaveral cascada de hielo, bizqueaba y parpadeaba a doce guiños por minuto con la lengua seca y adherida al paladar. Para más desgracia la tutora climatérica asintió que el alumno no tenía solución.

Entonces, contando hasta diez, callamos, en vez de perder los papeles de liar y nos pasamos todo el finde llorando.

Koldo, nombre ficticio, define el civismo como «la lucha entre el instinto y la razón». En el colegio concertado que pasó hasta la ESO, solo comprenden los beneficios del plan empresarial. De tal forma que cuando un cliente, alumno/a altera la campana de gauss, o se le escuda o se lo quita de encima con mucha fiesta del deporte.

Por fortuna la administración tiene recursos por los que contrata y exige. De no ser por la orientadora de la junta, el brillante futuro de Koldo, se iba por el desagüe del acoso escolar y la incomprensión.

Leyendo La Opinión de Málaga, los padres Koldo se informaron , no sólo de la existencia del síndrome de Asperger, comprobaron, que su hijo tenía todos los síntomas de dicha peculiaridad.

El equipo de psicología del colegio, de pago aparte, en vez de disculparse por su ignorancia acerca de la novedad sintomatológica, insistía en la mala fe de la criatura. Los orientadores a los que se consultó, como árbitros de buena voluntad aconsejaban la vía de la cooperación.

Para los padres de Koldo tras muchos paños calientes , fue una sorpresa que por muy brillante expediente académico que tuviese la criatura, lo querían purgar. Todo a raíz de un parte de agresiones tras pasar el niño unos días con sus compañeros de campamento de semana blanca. El crío regresó al patio de recreo tatuado de moratones. Y claro, una vez dado parte médico, la policía investigó a los progenitores y a la institución educativa, mancillando la reputación de tan cerrado ambiente.

Entonces a cara perro, con el diagnóstico y la administración de parte del chaval, Koldo acabó la secundaria, más apoyado por los amigos y los padres de sus compañeros que por la privada institución, cuya concertación pagamos a escote, actividades extraescolares aparte. Aún así, hubo que sacar a brillar los incisivos para que dejaran al muchacho finiquitar la enseñanza secundaria acorde a su potencial intelectual y peculiaridad.

Ya en bachiller y en otro colegio Koldo culminó su autoestima y selectividad con la moral alta y mejor nota. Otra vez más sus padres lloraron como perras el día de la graduación del chavea.

En territorio Grado Ingeniería Técnica ningún problema. Es más, el seguimiento de la institución UMITA ha sido impecable. Un caso de éxito. Notazas, curso por año, entusiasmo e integración.

Koldo es diferente, tiene síndrome de asperger. También sus carnets de conducir y sus idiomas. Como su abuela y su padre. Raros de gónadas. Sobresalientes en los asuntos que les interesan. Son gente de outlet. Tienen una falla. Les falta el programa de la empatía. Apenas saben descifrar el significado de un gesto facial. No saben mentir. Son literales. Dicen inconveniencias en una convención donde las personas normales se desenvuelven a doscientas mentiras piadosas por día. Se puede llamar, Koldo, Messi, Sheldon o el vecino friki de enfrente. Son personas con una bendita discapacidad, no mienten, son nobles, son fieles, son brillantes. Pero les falta el punto de picardía imprescindible para medrar. Son personas afectadas por el síndrome de Asperger, del cual tuve primera noticia hace más de diez años gracias a La Opinión de Málaga.