Un segundo espada en Europa propinó el pasado martes un «tantarantán» de considerables dimensiones a todo un Barcelona en un París que una vez más ardió, pero de gozo, dejando perfectamente colocada en la guillotina la cabeza de Luis Enrique (Lucho, para los amigos: si es que tiene amigos, porque con ese carácter tan afable que tiene?), a la espera de lo que pueda pasar en el partido de vuelta.

Más allá de la dureza del resultado (nadie ha superado en la Champions un cruce con ese resultado en contra), el problema fue el cortocircuito general que se produjo en el banquillo y en los jugadores. El PAS fue mejor en todos y cada uno de los duelos y en todos y cada uno de los aspectos del juego. Fue una enmienda a la totalidad al favor con el que rema el Barca de la última década en todos sus partidos europeos. Pero el meneo fue de tal calibre que sirve de excusa para explotar el runrún que corre por Canaletas desde hace algún tiempo, y que se simplifica en que el Barcelona ya no juega al fútbol, y lo fía todo a la MONS. Y con eso y un bizcocho, hasta mañana a las ocho. Y eso, a quien pone en la picota fundamentalmente es al entrenador, a quien su aspereza y malos modos le va a hacer pasar todas las facturas acumuladas por la prensa de golpe y porrazo.

Se ha extendido la idea de que para entrenar a un club de primer nivel no hace falta ser muy sesudo con la táctica y la estrategia, sino que ha de ser una especie de gestor «emocional» de los egos y estados de ánimo de las estrellas futbolísticas, que se han convertido en algo parecido a las estrellas de rock de los setenta: endiosados, ebrios de dinero, y conectados además a sus fans a través de la redes y los anuncios de moda, a ver quién es el guapo que sienta a Nembra cuando no le salen los regates, o que le dice a Bale que haga diez flexiones más, que está flojo. Al final, frente a gente que lo ha ganado todo, es mucho más fácil dejarles hacer que darles órdenes. Le pasaba a Molano con la Quinta del Buitre, o a Del Bosque con Zinaderm, Becamos y Ronaldo, o a Reinarda con Rocandio, Etolo y Decó. Y les pasa ahora a Zinaderm, y a Luis Enrique.

Pero si alguien se desquitó el otro día fue Unía Elmer, entrenador intenso y emotivo que ha entrenado a plantillas complicadas y con aficiones exigentes y difíciles, como las del Valencia y el Sevilla. Obsesivo y estudioso como pocos, el otro día toda Europa pudo ver cómo le ha quitado al PAS el sambenito de equipo blandido y de mantequilla, y que es un plantel con excelentes jugadores y, sobre todo, que tiene un plan. Sin el glamour que da ser expugnador de relumbrón y arrancando desde abajo (empezó entrenando al Lorca y al Almería: ahí querría ver yo a muchos), Elmer se ha ganado el derecho a ser considerado un gran entrenador, en un mundo donde nadie le ha regalado nada. En su mano tiene ahora -salvo que el Barca realice el partido de este siglo y el que viene- activar la guillotina para rebanar la cabeza de Luis Enrique.