'Ante la nueva selectividad: estupor, enfado y preocupación', por Rafael Maldonado Majada*

Escribo esta carta pública como profesor de 2º de bachillerato y como jefe de estudios de adultos del IES Vicente Espinel, de Málaga. Me lleva a ello la necesidad de mostrar mi estupor, enfado y preocupación acerca de la Prueba de Bachillerato para Acceder a la Universidad -PBAU - a la que se tendrá que enfrentar nuestro alumnado dentro de cuatro meses y cuyo contenido y estructura se ha hecho público hace apenas unos días.

Como es bien sabido para los estudiantes y sus familias, el último año de bachillerato es un curso dedicado a la preparación para la llamada Selectividad. Todo el curso académico está condicionado por la importancia de la prueba: el profesorado programa en septiembre ateniéndose a las pautas que se marcan desde la universidad, en las aulas se imparten con especial relevancia los contenidos del temario que se incluyen en las ponencias de cada asignatura y se practica con insistencia el modelo de examen propuesto. Se trata, en definitiva, de situar a nuestros alumnos en las mejores condiciones posibles para superar el bachillerato y la Selectividad, de forma que puedan acceder sin demasiadas dificultades a los estudios superiores que deseen. Es este, nadie lo duda, uno de los momentos determinantes en la vida de nuestros jóvenes, en él se decide una parte importante de su futuro.

Hemos pasado largos meses con un gobierno en funciones. En este tiempo la incertidumbre en el mundo de la educación ha ido en aumento, a la vez que la oposición de casi toda la comunidad educativa llevaba al Gobierno a una situación de indefinición sobre la aplicación de las reválidas absolutamente incomprensible, más propia de un país del tercer mundo que del nuestro, situado en el puesto decimosegundo de las economías mundiales. Los rumores sobre un pacto de Estado sobre educación, las protestas contra la Lomce y la tardanza en concluir la puesta en marcha de la legislación educativa hacían prever que no se produciría cambio esencial alguno respecto a la situación anterior, al menos en lo que se refiere al acceso a la Universidad al finalizar el presente curso . Desde la Consejería de Educación andaluza se lanzaban mensajes tranquilizadores a padres y profesores en ese sentido: en septiembre la consejera afirmaba que la situación era «penosa»; en noviembre, con la orden sobre el acceso a la Universidad aún por publicar -no vería la luz hasta el 23 de diciembre-, Adelaida de la Calle afirmaba que «en la medida en que la ley lo permita, todo será igual a la PAU (antigua Selectividad)». La misma afirmación salió de los labios del responsable de la Universidad de Málaga en la reunión informativa que mantuvo con los equipos directivos de los institutos de la provincia el pasado 31 de enero.

Pues bien, el pasado viernes 10 de febrero se hicieron públicas desde el Distrito Único de la universidad andaluza las Orientaciones sobre las materias a examen, modificando sustancialmente los contenidos y la estructura de la prueba en varias de las materias que mayor trascendencia tienen para el alumnado. Es el caso, por ejemplo, de Historia de España, una de las asignaturas obligatorias en Selectividad, en la cual se ha cambiado por completo el modelo de examen y se ha modificado la organización de los contenidos, además de ampliarlos. En otros casos, como en Filosofía, el desaguisado ya se había hecho al suprimirla del bloque de materias principales, pero se ha terminado de completar con las modificaciones incluidas en dichas orientaciones.

A la vista de este despropósito, ¿algún responsable político es consciente de lo que supone esta modificación a estas alturas del curso? ¿Cómo es posible que a cuatro meses vista de la PAU se modifique sustancialmente el contenido y la estructura de las pruebas? ¿Tan difícil era mantener este curso el acceso a la universidad tal y como estaba, y plantear los cambios de cara al curso que viene? Cuesta mucho trabajo creer que haya sido imposible hacer las cosas de otra manera; empeñarse en que este desatino no se ha podido evitar; insistir en que de ninguna forma ha sido posible resolver mejor esta cuestión. Se trataba tan solo de dejarse aconsejar, simplemente, por el sentido común. Si hubiera habido una mínima voluntad real de hacer las cosas bien, no habríamos llegado a este extremo. En más de treinta años de dedicación a la docencia nunca había asistido a semejante cúmulo de incompetencias.

Y ahora, ¿Quién da la cara? ¿Quién va a asumir la papeleta de plantear a padres y alumnos que lo que el profesorado llevaba preparando y trabajando en las aulas desde el inicio del curso, ya no sirve? ¿Quién va a explicar a las familias que modificar los planteamientos docentes a estas alturas de curso es casi un imposible?

Como decía una compañera en una reciente carta pública, de nuevo tendremos que ser los profesores los que tengamos que poner el esfuerzo y empeño en que nuestro alumnado consiga sus objetivos. Y seguir aportando la sensibilidad que otros parecen haber perdido.

* Rafael Maldonado Majada es jefe de estudios de Adultos del Gaona