Los periódicos de ayer hablaban de lo tantas veces imaginado, de la existencia de un sistema solar con siete planetas muy parecidos al nuestro en órbita alrededor de una estrella, enana, pero estrella, y tres de ellos tienen serias posibilidades de albergar vida. Y se le aparece a uno de pronto la vieja pregunta, como un fantasma familiar y antiguo y querido que da su ronda: ¿habrá alguien, o algo, allí?

Siempre nos hemos preguntado cómo serán, con una implícita aceptación de que realmente están ahí fuera y con el poco disimulado deseo de encontrarnos alguna vez con ellos. Cómo serán, nos interrogábamos, y luego íbamos a ver películas de serie b norteamericanas en las que aparecían verdes y con antenas, o feroces y guerreros, o amistosos y sabios.

A mí siempre me ha preocupado más qué pensarán. Siempre me ha inquietado saber, si de verdad están ahí, qué sentido tendrán de la vida, y de lo que les rodea, y de lo que les ocurre. ¿Habrá allí algo preguntándose cómo seré yo? ¿Habrá desarrollado el conocimiento, la duda, la ética? ¿Se habrá mirado dentro, al alma, se habrá dicho «conócete a ti mismo»?

¿Se estremecerá con un poema, con una forma, con un sonido? ¿Sabrá querer como yo quiero, o mejor, más profundo, más adentro, más cerca? ¿Tendrá hambre, sed, dolor y miedo? ¿Le acosará la guerra, el frío? ¿Tendrá la sensación de que su dios le ha abandonado y aún así le rezará en silencio, cuando otros no escuchen, cuando otros también recen? ¿Llorará a sus muertos, odiará a los diferentes, temerá a los desconocidos, reirá?

Consuela pensar que no estamos solos en este infinito que no es infinito pero que al cabo da igual porque no lo abarcamos y apenas si llegamos a intuirlo. Reconforta la idea de que quizás, un día, alguno que sepa más que nosotros venga desde donde quiera que esté y nos explique todo lo que venimos preguntándonos desde hace tantos siglos, desde el día aquel en que nos pusimos en pie y vimos que éramos lo que al fin somos, unos monos pelados que han alzado la vista, han comprendido que van a morir y tienen miedo.

Pudiera ser posible que en este sistema planetario descubierto en torno a la estrella Trappist-1 (¿alguien la llamará sol?) haya algo con muchas preguntas y tal vez con algunas respuestas. Puede que allí, a cuarenta años luz de distancia, o quizás en algún otro sistema en algún otro arrabal del universo, aparezca un ser tan perplejo como yo en esta mañana en que escribo, ante la ventana, mirando al cielo.