A diferencia (según se dice) de Warren, Clyde era un tipo frío también en el sexo, y le costaba. No obstante a fuerza de empeño consigue subir al cielo a Bonnie (a la que da vida Faye) quien, tendida en la hierba, mientras se quita una brizna de la cara y pone sus ojos brillantes en Clyde (que, sorprendido todavía de lo que ha hecho, la mira desde encima pidiendo un simple aprobado), le dice: «¡Oh, Clyde, ha sido perfecto!». Bien, puede haber alguna traición en la memoria, pero más o menos así era la escena en el filme Bonnie and Clyde. El asunto, y hablo ahora de la gala de los Oscar, pudo todavía haber tenido arreglo si, tras el fiasco, Faye mirara tiernamente a los ojos a Warren, y declinara con amor la misma frase citada. El problema es que a partir de cierta edad las buenas ocurrencias suelen llegar cuando ya ha pasado la ocasión, y tampoco había allí guionistas en tiempo real.