En el Mobile World Congress compañías de telefonía han presentado una forma de pilotar un coche de manera remota y todo va hacia automóviles sin chófer. Así podremos seguir hablando por teléfono desde el coche, que es la nueva cabina telefónica. Parece que han quitado las cabinas de las ciudades (en Londres, por su pintoresquismo, las han convertido en microficinas) pero ahora el espacio cerrado y acristalado para hablar por teléfono es el coche. Quien conduce, lo sabe.

La desventaja de las cabinas era que no podías moverte y hablar a la vez (algo entonces inconcebible) y las ventajas que las encontrabas siempre en el mismo sitio y que no tenías que conducir mientras hablabas. Ahora el coche es una cabina de teléfono que circula a 30, 50, 60, 90, 120 kilómetros por hora.

La guardia civil de tráfico parece que está en contra de que hables por teléfono mientras ruedas pero, en realidad, está en contra de que ruedes mientras hablas por teléfono. Cuando charlas aparcado no multa. Los fabricantes y las aseguradoras han llegado al acuerdo tácito de que todo accidente es un error humano. El problema que se vislumbra de los coches que se conducen solos es en quién recaerá la responsabilidad de los accidentes. De momento, la distracción -algo humano e involuntario- pasa por ser responsable de la mayoría de los accidentes. Una mano que sostiene algo que no es el volante, una mirada que se va unos segundos de la carretera es distracción pero una llamada manos libres que diga «nos tocó la lotería» o «murió mamá» afecta mucho a la concentración aunque no muevas un dedo ni un ojo. Y sin llegar a esos extremos. Urge el coche que se conduce solo y anula toda responsabilidad del ocupante o la cámara que fotografíe los pensamientos del conductor, que la concentre toda en el error humano. Entre tanto, urge que el coche deje de ser una cabina telefónica.