El otro día fui a no comer a un restaurante. Lo hago una o dos veces por semana. Termino de trabajar a eso de las dos y pico y llego al establecimiento a no comer. La ventaja es que no engordo y además gasto poco. Me acomodo en la barra, pido una caña y unas aceitunas y desde mi estratégico ángulo veo pasar los chuletones, las lubinas, los boletus, la rusa, alguna tortilla de papas; callos a veces, algún cochinillo, los judiones, una ensalada fresca y apetecible.

Para cuando veo salir algún postre, ya a las cuatro de la tarde o así, estoy lleno, pero aún me cabe en la vista un milhoja o un flan. Sin nata, por favor. Pago y me voy satisfecho de comer tanto por los ojos. Eso sí, ando ligerito, como flotando. Cuando llego a casa me gusta no echar la siesta.

Me pongo las zapatillas, me quito la chaqueta, me repantingo en el sofá (¿qué sería del verbo repantingar si no existieran los sofás?), pongo la tele bajita y estoy unos veinte minutos no echando la siesta, así, tan ricamente, con el cerebro lleno de preocupaciones y zarandajas, que no son pellejos de corderos que envuelven carne picada y luego van al horno y sí malandrinadas que le impiden a uno vivir. Sofá: oyendo el taladro del vecino, el llanto del bebé del quinto, el ruido de los coches, a mi hijo preguntándome que cuándo vamos «a la tienda donde viven las chucherías».

Total, que me levanto en plena no forma y ya estoy toda la tarde de un magnífico humor para no ir al cine, no ir al parque, no ir a la compra, no leer y no tomar nada para el dolor de cabeza, con lo cual cada vez me voy encontrando no mejor y llego a la hora de la cena con un hambre que me como hasta al ´Doctor No´ con patatas que se me pusiera por delante.

Ayer me llamó el encargado del restaurante al que voy a no comer y me dijo que me pasara por allí hoy, que no han recibido buen pescado fresco y que la carne no está nada apetecible. Te va a no encantar, plumilla, me dijo. Y como no sé decir que no, aquí no estoy, obviamente, un poco apenado, no echando de menos a mi restaurante y por qué no, almorzando en mi casa, donde no digo que no, se está divinamente antes de la no siesta, no haciendo nada y no incordiando a nadie ni a la inversa. No voy a poner el telediario y creo que voy a anular la cita con el médico prevista para mañana. Total, para qué, estoy en plena forma. De hecho, cada vez me encuentro peor. O sea, no mejor.