El destino es un tahúr que juega siempre con las cartas marcadas, un fullero que se saca de la manga el as que nos derrota y nos despluma, un trilero que esconde la bolita entre los dedos mientras nos hace mirar como idiotas el hipnótico movimiento de tres cubiletes vacíos. Pero el destino, a veces, de repente se pone de nuestro lado y nos hace que nos reconciliemos un poco con todo este lío que es siempre la vida y esa tendencia suya a sorprendernos. Y suele hacerlo sin que nos demos cuenta.

Y todo esto para contarles una historia. La de mi amigo Juan Titos, que tenía muchas inquietudes y una guitarra y tal vez el pelo largo (eso no consta en el informe) en aquella Granada universitaria y agitada de los años setenta en la que cabían la poesía y la canción protesta, cabalgando la una sobre la otra. Andaba mi amigo aquellos días dando la murga con el Manifiesto Canción Sur en el que militaba junto a Carlos Cano, que fue quien se hizo famoso mientras Titos, en uno de esos giros del destino, tiró para policía de un día para otro, de tal modo que perdimos un cantante regular y ganamos un policía extraordinario, con lo cual todos salimos bien librados.

Después de unos cuantos tumbos por destinos diversos, Titos recaló en Málaga («el mejor barrio de Granada», me dice a veces con toda su malafollá solo para ver qué mala cara se me pone) y creó de la nada el grupo de Delitos Económicos con el que anduvo persiguiendo a estafadores de medio y largo pelo e investigando algunos de los casos más destacados de la historia policial malagueña, como el de Intelhorce o el de las funerarias.

Pero su importancia no es esa, sino la de haber sido un policía raro, atípico. Titos ha sido uno de esos policías que, después de echar mano a los malos, les echaba una mano, les trataba como a seres humanos, les escuchaba y hasta les comprendía. Un tipo que te ayuda y te respeta en tus horas más bajas no es fácil de encontrar, el destino tiene que estar muy espabilado para ponértelo en el camino. Seguramente por eso algunos de ellos, cuando salían de la cárcel, pasaban por Comisaría a invitarle a un café y darle las gracias. Y hasta hubo uno que, al enterarse de que tenía una enfermedad puñetera de riñón, lo llamó desde el talego para decirle: «yo tengo dos riñones, cuente usted con uno».

Juan Titos, un tipo ingenioso que anduvo media vida tras los delincuentes del ingenio, que anda mal de los riñones pero sobrado de corazón, se jubila hoy. Él se lo ha ganado, pero nosotros perdemos a uno de los buenos. El destino, ese tahúr, ese fullero, ese trilero, nos la ha vuelto a jugar.